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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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SON MÁS DE 60 AÑOS QUE LOS TÉCNICOS SE DEDICAN A DOS OFICIOS QUE SE NIEGAN A MORIR A PESAR DEL PASO DEL TIEMPO Y DEL ACELERADO AVANCE DE LA TECNOLOGÍA.

Vergara aún arregla máquinas de escribir y Bracamonte, balones

Vergara aún arregla máquinas de escribir y Bracamonte, balones



Haberse ganado la confianza de sus clientes y no dejar el oficio por más de 60 años a pesar del avance de la tecnología, son la mayor satisfacción de Emilio Bracamonte y Óscar Hugo Vergara, los únicos sobrevivientes en sus oficios.

No se conocen, uno es talabartero y el otro técnico en máquinas de escribir. Los separan dos cuadras de distancia, pero los une una historia común. Comenzaron en sus oficios cuando eran adolescentes en los años 50 del siglo pasado y lo siguen ejerciendo hasta la fecha.

Puede decirse que la talabartería de Emilio Bracamonte es la única de la ciudad. En la puerta de su taller de la calle Ladislao Cabrera, a una cuadra de la plaza San Sebastián, se cuelgan dos llamativos letreros que datan de hace más de 50 años: "operadora eléctrica de calzados, arreglo de maletas y balones" y "la clínica de calzados".

Llegar a la talabartería de Bracamonte es trasladarse en el tiempo. Sus herramientas son un cuchillo, un punzón, una máquina de costura a pedal e hilos de caña de pescar de diferentes colores. El piso está cubierto de balones.

Las marcas son variadas, Litoral, Penalty y otras están tan desgastadas por el uso que no se lee nada. Una se destaca del resto porque tiene el logotipo de Wilstermann.

"Los clientes no faltan", cuenta que muchos prefieren hacer reparar sus balones antes que descartarlos. Bracamonte no esconde el orgullo que siente por contar con la confianza de los equipos ligueros que le confían la reparación de las pelotas. "Los de Aurora y Wilster me traen decenas de pelotas y se recupera la mayoría".

El trabajo puede demorar cerca de 20 minutos. Abre cuidadosamente los balones siguiendo la huella de las costuras. Debe sacar el blader (goma interna) para parcharlo. Luego los cose con la misma meticulosidad con la que los abrió.

Hay casos más complejos que le toma más tiempo. Dedicó toda su vida al rubro y nunca abandonó la zona. Dice que sus talleres siempre estuvieron instalados cerca a la Junín y Ladislao Cabrera.

Hasta el pasado año eran dos talabarteros, pero el 27 de mayo de 2016 falleció César Gamboa. "Ahora soy el único y no pienso retirarme", cuenta el hombre de 78 años que crió a sus ocho hijos con el negocio.

A una cuadra y media, en la avenida Ayacucho, se encuentra el Servicio Técnico de Mecanografía de Óscar Hugo Vergara. El técnico está concentrado en el arreglo de una máquina de calcular mecánica y no percibe la llegada de los visitantes.

El hombre de 80 años realiza su trabajo en medio de decenas de máquinas de escribir, todas del siglo pasado y algunas de 1800 como la reliquia más llamativa que tiene, una Underwood Stan Typewriter.

Al percatarse de la presencia de los curiosos dice que es el único taller de reparación de máquinas de escribir en la ciudad al que aún acuden policías, enfermeras, abogados y algunos institutos como el Álvarez Plata.

Vergara asegura que es el único técnico en Cochabamba y quien sabe del país pues recibe máquinas de clientes que llegan de Potosí y Oruro, por ejemplo.

La cantidad de pedidos de arreglo ha disminuido, pero no faltan. Dice que sus hijos le piden que deje el taller y que descanse, pero rechaza la propuesta porque su trabajo le apasiona.

Aprendió de un maestro, de Carlos Arteaga Gareca y comenzó con un taller propio en la década del 60 en la calle Sucre. Entonces, el Palacio de Justicia funcionaba en la esquina de la San Martín y Sucre y la actividad era muy dinámica por sus asiduos clientes.

Arteaga cuenta con los accesorios necesarios para las máquinas de escribir como la cinta. Importan directamente los pedidos de Brasil, de la empresa Pelikan que les hace llegar el artículo en color negro. Hace años había de muchos colores e incluso bicolor como negro y rojo.

El trabajo demanda conocimiento y paciencia, virtudes que perfeccionó con el paso de los años, pues por sus manos pasaron máquinas que iban marcando el paso del tiempo.

Su habilidad le permitió hacer estudiar a sus cuatro hijos y no piensa dejar el oficio con el que pudo sacar adelante a su familia, cuyo retrato se encuentra en el taller.

Para Emilio Bracamonte y Carlos Hugo Vergara el avance de la tecnología no es obstáculo para ser dos sobrevivientes de los oficios que se niegan a desaparecer.

Gratitud

Emilio Bracamonte y Óscar Hugo Vergara agradecen la enseñanza de sus maestros que les heredaron su destreza.