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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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PARALAJES

Derechos universales vs. ciudadanía universal

Derechos universales vs. ciudadanía universal
Uno de los efectos de la actual ola de globalización es la masificación del cosmopolitismo. Este fue tradicionalmente un privilegio de la clase alta, de las aristocracias que se sentían más hermanadas entre sí que con los pueblos bajo su dominio, en calidad de súbditos. Hoy muy pocos recuerdan los estrechos vínculos entre los Romanov y la familia real de Inglaterra. Un resultado indeseable de la endogamia aristocrática fue la prevalencia de enfermedades inusuales como la hemofilia. A pesar de estos inconvenientes, algunos teóricos del racismo clásico como el conde Gobineau afirmaban que la casta aristocrática constituía de por sí una raza superior a las plebes locales.

El nacionalismo fue fundamentalmente plebeyo y modernizador. Buscó reemplazar las lealtades de clase (o de casta) por la lealtad a esa comunidad imaginada, basada en vínculos regionales y lingüísticos, que denominamos nación. Este fue el modo en que históricamente tuvo lugar la transición de súbdito a ciudadano. La realización de la igualdad jurídica, de la democracia liberal, con su producción de un espacio homogéneo de derechos, libertades, obligaciones y coacciones, tuvo lugar en el marco de la nación estado. Ciertamente, el nacionalismo entrañó desde un principio aspectos negativos como ser la mayor rigidez y control de fronteras, y, por supuesto, el chauvinismo que es una deformación tóxica del sentimiento nacional. Pese a todo, hasta antes de la guerra del 14, instrumentos de migración e identificación como los pasaportes no eran cosa habitual. Otro aspecto que se ve como bastante negativo es el adoctrinamiento de las masas bajo la forma de una especie de religión laica, con todo el aparato simbólico de “himnos” (cánticos religiosos), banderas y demás.

En el siglo XIX, en contrapartida al cosmopolitismo aristocrático, apareció aquel de corte anarquista y utópico; esto sin hablar del internacionalismo proletario. Activistas sociales como Bakunin y personalidades de talla como Thoreau, Tolstoi o Einstein han expresado su voluntad de ser “ciudadanos del mundo” en vez de identificarse con una u otra nación. Este sentimiento es admirable e interpela a cualquier persona pensante (desde la Grecia antigua donde parece haber surgido), pero no tiene mucho sentido práctico y queda como una declaración lírica. El propio Albert Einstein (como otros refugiados) tuvo que renunciar a su ciudadanía alemana y adoptar la estadounidense para poder seguir pensando los enigmas del Universo y para, de vez en cuando, hablar a favor del socialismo o contra la bomba atómica.

La ciudadanía implica la asunción de un marco legal particular de derechos y deberes. Ser ciudadano del mundo, en cambio, es antitético a esto. Un “ciudadano del mundo” es esencialmente un anarcoindividualista, como suele ser el caso de casi toda persona pensante, particularmente cuando es joven. No está muy claro en qué consiste la “ciudadanía universal”. El ahondamiento decidido de los derechos humanos universales debería ser suficiente. El sistema de naciones estado, con todos sus defectos, es hasta el momento una garantía de pluralismo jurídico. La ciudadanía universal implicaría coacciones además de derechos y solo puede ser garantizada por un estado global. Esto sería una amenaza a la libertad política, frágil y amenazada, que aún queda.