Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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OJO DE  VIDRIO

La papa

Dicen que Walter Raleigh sembró papa por primera vez en la tierra fría de Irlanda, no se sabe si porque la llevó allí el pirata Francis Drake o porque la encontraron en la bodega de un galeón español de la Armada Invencible. Pero la solanácea se aclimató y de pronto, mientras las londinenses eran famélicas, desdentadas y desnutridas, las irlandesas eran gordas y buenas mozas porque consumían papa. Con todo, se tardó dos siglos en lograr la aceptación de los campesinos acostumbrados a comer pan. Federico de Prusia y Catalina de Rusia limitaron el número de molinos de harina, de modo que los campesinos se vieron obligados a sembrar papa. Tenían reservas, primero porque el tubérculo no había sido creado por Dios, pues no se lo hallaba en la Biblia, y segundo, porque nacía bajo tierra y el subsuelo era señorío del demonio. Además, porque el aspecto del tubérculo cubierto de barro les parecía repugnante. Pero la papa no solo acabó por imponerse sino que ocasionó un desplazamiento del poder desde el Mar Mediterráneo, donde florecieron civilizaciones del trigo, hasta la Europa fría y lluviosa, pero fértil, porque desde entonces se volvió alimento obligado de ingleses, franceses, alemanes y rusos, el Atlántico norte.

Como ejemplo, Auswicht no fue campo de concentración en sus inicios, sino un campo donde se producía una enorme cantidad de papa, que sirvió al Ejército alemán para invadir la URSS. Así la papa se instaló en Polonia, en los Balcanes, en los Países Bajos, e inspiró platos nacionales como la tortilla de patatas o los pescados con papa frita propio de irlandeses e ingleses.

El Mediterráneo albergó civilizaciones del trigo porque su clima es propicio; pero el trigo crece hacia arriba y es pasto de pájaros, langostas y rigores climáticos. En cambio, los cultivos de papa crecen en el subsuelo protegido de animales y del clima.

En El Tambor de Hojalata, de Günter Grass, hay una escena en la cual una mujer calienta un par de papas en las cenizas y se las come sin ningún aderezo. La escena ocurre en Polonia, pero es equiparable a lo que ocurría en buena parte de la Europa del norte.

Algunas de estas observaciones son del antropólogo norteamericano Jack Weatherford, quien en El Legado Indígena dice cuánto contribuyó el Nuevo Mundo al ascenso del capitalismo sin recibir un solo centavo de dividendo. Por eso, Weatherford, en su discurso de entrega del libro en la Casa de la Libertad, decía: ¿Qué le ha dado Bolivia a Occidente? Todo, todo. ¿Qué le ha dado Occidente a Bolivia? Nada, nada.