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DIDASCALIA

Saber descansar

Saber descansar
¿Ya le ha sucedido, amable lector, que su hijo le ha dicho que no quiere levantarse porque ya está cansado de la escuela? ¡Imagínese que esto también les sucede a algunos maestros! A estas alturas, maestros y estudiantes sienten ya un cierto cansancio por el ritmo cumplido durante los primeros meses de clases.

Es natural que aquella maestra que al inicio del año nos atendía con sonrisa y gentileza haya perdido la sonrisa y esté a punto de lanzar por la borda la segunda cualidad. Esto es una muestra del agotamiento y de la tensión diaria acumulada. Algunos autores sostienen que el cansancio de los maestros se debe a una acumulación mayor, no solo de un par de meses, sino de años. Lo que pasa es que los maestros, así como el Buen Samaritano, en cierto momento de su vida, deciden dedicarse al servicio de terceros, con ideales de cambiar el mundo y de aportar con su trabajo y su ejemplo a este soñado fin.

Después de algunos años de práctica docente, perciben que su trabajo genera pocos o ningún cambio. Para empezar, fueron absorbidos por un sistema que, en la práctica, está lejos de grandes ideales; por otro lado, a pesar de sus esfuerzos en actualizarse, mejorar sus clases, usar las TIC, etc., observan que las nuevas generaciones son más rebeldes o más indiferentes, y parecería que no están dispuestas a aportar a una mejora de la sociedad.

Esto suscita en los maestros un mayor cansancio diario que, poco a poco, se convierte en un agotamiento psíquico y existencial. Aquellas hermosas maestras dispuestas a todo, que siempre llevaban la sonrisa en los labios, la palabra de aliento y el gesto gentil, ahora son poco menos que unas zombis que pasean por las aulas y los patios, produciendo temor en los estudiantes y padres de familia. El agotamiento ha generado la pregunta acerca de su vocación, es decir, acerca del sentido de su vida. Porque acordemos que no es lo mismo decidir ser técnico en fierros que educador. La elección por la labor educativa es altruista y otorga un sentido a la vida.

Los maestros que hubieran percibido que se han equivocado de vocación, pero que ya es tarde para volver a empezar, han caído en la frustración, y son esos seres medio muertos a quienes ya no les importa si sus estudiantes aprenden o no; solo les interesa sobrevivir hasta poder jubilarse, y mejor si es con el cien por ciento del sueldo.

Todos estos síntomas corresponden al denominado “burn out” o agotamiento profesional. Por esto, así como es necesario saber trabajar, también lo es aprender a descansar. Descansar no es sinónimo de no hacer nada. Al contrario, es hacer algo diferente a las labores cotidianas del trabajo. Para ello es necesario, literalmente, “desconectarse”. Esto quiere decir dejar de lado el estrés digital al que por propia voluntad nos sometemos, y planificar la realización de actividades que nos gusten y distensionen, como pasar un tiempo con los amigos, leer, escuchar música, hacer algún deporte.

Tampoco se trata de trabajar mucho y luego darse un atracón de descanso. Se puede descansar cada día, basta desconectarse. Un buen descanso nos devolverá la alegría y la gentileza propias de un maestro que está en paz con su vocación. También el descanso nos otorgará momentos de reflexión y de reencuentro con uno mismo y con el sentido existencial de la profesión docente.