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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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La preocupante y compleja crisis venezolana

La preocupante y compleja crisis venezolana
El Ministerio Público venezolano confirmó ayer que, durante las marchas anti y progubernamentales registradas el miércoles en el Área Metropolitana de Caracas y en 14 estados del país, murieron tres personas (dos civiles y un militar), 62 resultaron heridas y 312 fueron detenidas. Se trata del último episodio violento de la tan larga como compleja crisis en el país de Hugo Chávez, quien ocupó la presidencia desde 1999 hasta su fallecimiento en 2013.

Las nuevas víctimas mortales del conflicto recibieron disparos de armas de fuego manipuladas por francotiradores. Y, aunque tal vez sea prematuro afirmarlo, lo más probable es que, como sucedió con una mayoría de asesinatos similares, estos queden en la impunidad. Mientras la —muy debilitada— justicia venezolana no atribuya responsabilidades, mucho se puede especular al respecto. Pero cabe, como en cualquier investigación policial, preguntarse a quién benefician los muertos.

Más allá de estos condenables sucesos, habrá que decir en perspectiva que, desde su llegada al poder, Chávez cambió profundamente la realidad de su país, implementando, al influjo de lo que denominó Socialismo del Siglo XXI, políticas redistributivas de gran alcance, que sacaron de la pobreza y dieron oportunidades de vida a millones. El carismático líder fue además gestor de una mayor integración latinoamericana y un generoso cooperante con Bolivia en diversos aspectos.

Tras vencer en sucesivas elecciones, a la reacción conservadora, al asedio de sus medios de información y hasta a un golpe de Estado, la debacle chavista y de la nación petrolera en su conjunto comenzó a fines de la década anterior, también con la caída de los precios del crudo, principal fuente de ingresos de la patria de Bolívar. Como si los males no fueran pocos, tiempo después se supo del cáncer del izquierdista, enfermedad que terminaría por consumirlo en un par de años. En medio de ello ya eran claros los síntomas de un modo de Gobierno autoritario; la corrupción pública también hacía metástasis y se sentían las consecuencias de malas políticas económicas.

Fallecido Chávez y sin dotes iguales de liderazgo, su sucesor, Nicolás Maduro, afrontó con poco éxito los problemas en curso. Una política monetaria errante, el cierre de la frontera con Colombia, el ahondamiento del autoritarismo represivo y la corrupción, junto a una desinstitucionalización estatal, agravaron el cuadro hasta llegar a este punto. Un punto en el que, sin embargo, fruto tal vez de lo antes bien hecho, el chavismo continúa teniendo miles y miles de simpatizantes que, como se vio el mismo miércoles, siguen dispuestos a defender a su Gobierno.

Y esto último es algo que la oposición venezolana no termina de entender. Primero abiertamente proclive al golpe, luego fragmentada y siempre tan beligerante como su adversario, este sector político tampoco es especialista en tender puentes. Sin reconocer los aspectos positivos del legado chavista, su único proyecto parece ser el derrocamiento del Ejecutivo a toda costa. Así las cosas, muy distante se pinta un encuentro entre las partes para un diálogo que de antemano parece estar condenado a ser de sordos.

En lo coyuntural del panorama exterior, hay que lamentar el perjudicial papel de la Organización de Estados Americanos (OEA) que, lejos de acercar a los enfrentados, alimenta la polarización de una sociedad seriamente dividida, al igual que lo hace Estados Unidos con toda clase de amenazas y sanciones. No obstante, tampoco estamos de acuerdo en el rol cumplido por el Gobierno boliviano. Y es que, por más aliado incondicional que haya tenido el Ejecutivo en Venezuela, no puede ahora pasar por alto la severa crisis y ofrecer un recíproco apoyo incondicional, cuando se sabe que hay serios errores políticos y de gestión que deben ser superados, y que hay escasa voluntad para ello.