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  • Diario Digital | viernes, 29 de marzo de 2024
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MIS CIRCUNSTANCIAS

La Cancha, misión imposible

La Cancha, misión imposible
La Cancha parece un mundo ficticio semejante a Macondo. Es mágico, espeluznante, de pesadilla, pero fantásticamente real, con historias sinfín.

Allá se juega un partido de fútbol con un árbitro (Alcaldía) que debe, pero no hace cumplir reglas, que es parte de una parodia donde todos fingen cumplir un rol, sin embargo son parte de un simulacro tácito.

Pasé ahí siete meses intensos, durante la corta gestión del alcalde Édgar Montaño Rivera, médico de profesión, a quién conocí desde que era dirigente de la FUL, pasando por el Comité Cívico y emulando como ninguno a Manfred, hasta que el destino truncó una vida pública con gran proyección.

El que quiere hacer algo es el que asume riesgos. Eso ocurrió con el Dr. Montaño, a quien le armaron una mesa de difuntos en el Pasaje Zenteno Anaya. Fueron comerciantes beneficiarios de una obra, pero inconformes con el sitio ocupado. Fue una premonición de la tragedia que sobrevino poco después.

En sus planes estaba, entre otras cosas para el sector, modernizar los mercados de la 25 de Mayo, entre Jordán y Sucre, con parqueos subterráneos incluidos, como merece una ciudad.

Al final, no es el árbitro (Alcaldía), sino los jugadores (comerciantes) los que deciden lo que se debe hacer en lo que consideran su mundo exclusivo.

Es lo que sucede con la famosa Pampa, donde desde la gestión de Manfred pretenden legalizar la posesión de los sitios, pero con mejora ostensible. Nada de esto es posible por la oposición de los dirigentes, que resisten perder privilegios y son carceleros de sus propios mandantes.

Muchos negocios son ilegales, pero funcionan con normalidad, y las clausuras de lenocinios o chicherías son parte de un show para los medios de comunicación amarillistas.

La Cancha es tierra de nadie, donde el tiempo y espacio no se comprenden dentro la formalidad, y la lucha por intereses de un centímetro o miles de dólares transforma a las personas más pasivas en fieras aguerridas.

La presión es el lenguaje del mercader, incluyendo el matonaje, atropello y abuso de los que hábilmente acusan al árbitro, que es parte del decorado.

Preferible respeto y conciencia tranquila, que sucumbir a elogios pasajeros, que incluyen serenata de mariachis y comida opípara, con afecto volátil que solo busca retribución, siempre fuera del marco legal.