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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Libertad de expresión y discriminación

Libertad de expresión y discriminación
Empezaré por decir que condeno el racismo y toda forma de discriminación que incite al odio, a la violencia y a la intolerancia. Sin embargo, el concepto de “no discriminación” no debe ser instrumentalizado para cercenar la capacidad de crítica, de enérgico desacuerdo y de disenso. No debe ser usado como chantaje para encamisar y reprimir al libre pensamiento.

La Ley No. 045 Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación fue una estocada profunda y silenciosa en el corazón de la libertad de expresión. Nuestra sociedad, desde entonces, se volvió más hipócrita y taimada, menos condescendiente con la crítica y la diatriba, reacia al debate franco y a la expresión espontánea y sincera; más apocada y temerosa y, contradictoriamente, menos tolerante y más violenta que antes.

Menos tolerante con la ofensa legítima que deriva de una opinión o expresión contraria a nuestra dignidad, nuestra forma de ser y nuestras creencias. Esta ley pretende uniformar y homogenizar en un tris el pensamiento, prohibiendo la crítica fundada en las diferencias. Ante las diferencias, debe reinar ahora una miopía deliberada. Todos somos iguales y todos tenemos derecho a todo, es la rúbrica grabada a fuego en el atrio de esta sociedad blanda. Los ignorantes pueden gobernar y ocupar cargos de jerarquía en el poder público, las feas pueden postularse a reinas de belleza, los afeminados cambiar de sexo y asumir el rol de madres, y —dentro de poco— los homosexuales contraer nupcias y adoptar. ¡Y guay del que critique, disienta u opine lo contrario! Será lapidado por discriminador. Pues, discriminación es toda forma de distinción, exclusión o preferencia fundada en razones de “orientación sexual”, “identidad de género”, “grado de instrucción”, “capacidad intelectual”, “apariencia física”, entre otras.

Pero, ¿a dónde nos llevará este silencio proverbial y complaciente frente a todo aquello que no nos agrada y con lo que no estamos de acuerdo? La abolición de la crítica, de la ofensa fundada en razones, pone en riesgo a la propia democracia y al valor tolerancia que se quiere preservar. El lenguaje es una extensión del pensamiento y, a medida que ya no podamos decir lo que pensamos, y digamos solo lo que gusta o agrada a los otros, dejaremos de tener un pensamiento propio. Una sola forma de pensamiento, neutra, anónima y compacta, nos envolverá a todos como una nube.

El derecho al honor no confiere a la persona un blindaje impenetrable. Como dice Flemming Rose, “el único derecho que no deberíamos tener en una democracia es el derecho a no ser ofendidos”. La tolerancia debe entenderse de forma amplia y equilibrada para todos. El “tolerado” debe ser capaz de tolerar, a su vez, las críticas de quienes desaprueban su conducta y su forma de ser. ¡Que nos gobiernen los ignorantes y los patanes —de acuerdo— es su derecho en democracia! Pero que sepan tolerar, también, las críticas y burlas que, inexorablemente, desatan sus constantes papelones y metidas de pata.

El límite a la libertad de expresión es la propia libertad de expresión, nada más, pero nada menos. Se nos ha enseñado a recitar, como catecismo, que nuestra libertad termina allí donde empiezan los derechos del otro, y este es un estribillo calcado del “principio del daño” (“harm principle”) que fue postulado por un pionero del pensamiento liberal, Stuart Mill en su libro “Sobre la Libertad”, allá por el año 1859. Sin embargo, este es un concepto que debe ser asumido con beneficio de inventario. Un derecho implica no solo estar facultado “para algo”, sino también, y principalmente, ejercer una pretensión “frente a algo”, “a pesar de” un interés contrario que se oponga. Donde los derechos adquieren mayor peso y envergadura es en la pugna y colisión con otros intereses. Por eso, el propio derecho a la vida, lleva, paradójicamente añejo, un derecho excepcional a matar cuando se activa la legítima defensa. Por eso, una libertad de expresión que no refulja al estrellarse con otros intereses, que no se haga valer “frente a” otras pretensiones, es simplemente anodina, inocua, apenas un balbuceo, un murmullo que se ahoga en un mar tumultuario de voces.

Donde más brilla la libertad de expresión es en la controversia y en la confrontación, en la disidencia, en la sátira y en la invectiva, y es ahí donde hay que preservarla. Por eso, brillantemente George Orwell había dicho que libertad de expresión es poder decirle a otro aquello que no le gusta oír. Esta libertad exige al receptor tolerar incluso aquello que le causa ofensa y agravio. El libre pensamiento no debe ser chantajeado por un mal comprendido derecho a la “no discriminación”.