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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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RADICAL LIBRE

Las rosas de Atacama

Las rosas de Atacama
En ese hermoso libro de cuentos que titula “Historias marginales”, el escritor chileno Luis Sepúlveda comparte la experiencia de vida de un militante socialista que cultiva rosas en el desierto de Atacama. Imaginar esa tarea es, precisamente, la cuestión de fe a la que Sepúlveda consagró su vida en ambos sentidos: diseñar un mundo imposible, un mundo simultáneamente justo y hermoso. De ahí la tristeza que conlleva testimoniar cómo, una vez más, la lógica militar chilena se impone a la extraordinaria solidaridad de su pueblo con la demanda boliviana —el mural que pintó la Brigada Ramona Parra en La Haya hace un par de años, así lo demuestra—.

El militarismo chileno ha sido siempre ciego ante las propuestas de integración que, tantas veces, han ocupado el discurso y las acciones de las relaciones entre los países latinoamericanos. Ha desechado esas propuestas con el mismo brutal gesto que es considerar las rosas de Atacama —una enorme variedad de flores que emerge con intensidad en el desierto más árido del Planeta durante muy corto tiempo entre septiembre y noviembre cuando caen algunas gotas más de la cuenta durante el fenómeno del Niño— una aberración de la naturaleza. Porque aún si esas flores viven un solo día, ellas simbolizan lo mejor de la humanidad. Así, como suena.

El origen del desierto argumental es el desierto moral en el que se sustenta la posición de la élite chilena militarista y santiaguina —y, ciertamente, el oportunismo autoritario y populista de tantos de nuestros gobiernos, incluyendo el actual—. El fondo del asunto no es el debate por una pequeña franja de territorio o, si ella fuera algo más sensata y previsora, por la construcción de un pequeño puerto trinacional. Se trata de lo que esa élite considera una historia de conquista victoriosa: una victoria sobre las rebeldías libertarias de su propio pueblo, una victoria genocida sobre los mapuches, una victoria de anexiones territoriales. Se trata de que esa narrativa de conquistadores victoriosos no sufra mella en su hegemonía para que su propio pueblo siga sometido a esa vida árida. Una vida contaminada por aquella tradición autoritaria que siempre ha intentado extirpar las rosas de Atacama. Ojalá el alegato boliviano encuentre eco en la Corte. Lo fundamental sería que ese eco esté sustentado en las rosas de Atacama. En que nuestros pueblos no padezcan ni un día más la perversa aridez de las élites militaristas. En que nuestros pueblos hagan de Atacama un desierto florido por el resto de nuestra historia compartida.

Sí, ya sé. Es una confianza ingenua nacida de un romanticismo adolescente que creí perdido. Pero si no se quiere lo imposible, no se quiere.