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RADICAL LIBRE

Contra la pornografía de la miseria

Contra la pornografía de la miseria
Abigail Canaviri es un personaje extraordinario. Alguien que a sus 14 años dice cosas como: “Se habla mucho de los derechos de los niños. Pero en Potosí esos derechos no existen. Nos maltratan. Y queremos que las autoridades nos expliquen por qué nadie protege nuestros derechos, por qué no vienen a visitar nuestras casas en la bocamina. Nosotros tenemos miedo. Pero ellos están muy ocupados”. Es alguien que ya sabe que, si no alcanza su sueño de estudiar Medicina “para darles medicinas a los niños pobres y curarlos gratis”, va a quedar atrapada en la miseria y quedará enterrada en algún socavón porque la desgracia no se resuelve individualmente. Pero Abigail es, además, el punto de partida de una crónica y de un cortometraje documental premiados —aunque, claro, esos premios no han cambiado su vida.

En 2010, su entrevista fue el soporte de “La mina como escuela”, crónica de Ander Izagirre publicada en febrero de 2010 en la revista Frontera D que ha recibido tres premios de periodismo en España. Pocos años más tarde, Abigail fue una de las tres mujeres entrevistadas en “Minerita”, Premio Goya 2014 al mejor cortometraje documental del director español Raúl de la Fuente. En ambos textos es la lucidez de Abigail la que revela los trasfondos de la tragedia: la precariedad del trabajo en casi todas las minas de Bolivia y, sobre todo, la condena a la sobrevivencia de los niños trabajadores. Pero la enorme distancia en el tratamiento de esa lucidez y de ese personaje demuestra que la reflexión que nace de la miseria puede iluminarla o puede degradarla.

“La mina como escuela” no hace una crónica de la miseria, no se solaza describiendo, explicando o narrando las anécdotas de la desgracia. Escribe partiendo de la lucidez de Abigail, o de Modesto Pérez, o de otro Pérez, Fernando, para relatar su trabajo y su lucha, no su condena. “Mineritas”, en cambio, tiene demasiados momentos de sus 30 minutos rodeando la desgracia. Tomas de la madre con una pierna amputada o del padre con la mirada perdida o de la palliri ostentando una dinamita bordean el sensacionalismo. La crónica narra vidas que trabajan y luchan aunque muestre la miseria. El cortometraje, en cambio, casi hace de la miseria un espectáculo, si no fuera porque la fuerza de los testimonios impide que las imágenes se reduzcan a la anécdota sensacionalista.

La pornomiseria es ahora el turismo por los territorios de la pobreza. La contemplamos pero no la explicamos. La exponemos pero no la combatimos. La usufructuamos pero no la resolvemos.

La pornomiseria se ha convertido en una droga conciencial y política que nos invade y nos hace adictos a la impotencia y la caridad.