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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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La tragedia de Víctor Hugo

La tragedia de Víctor Hugo
Con profundas muestras de dolor, familiares, amigos y artistas despidieron ayer al pintor cochabambino Víctor Hugo Antezana Revollo, quien murió a la edad de 54 años el pasado martes, tras haber sido asaltado y golpeado el fin de semana.

El maestro de la acuarela, con más de tres décadas de trayectoria y una veintena de premios nacionales a cuestas, fue despedido en el mismo salón donde efectuaba sus exposiciones y que lleva el nombre de un enorme de las artes plásticas, su padre, Gíldaro Antezana.

Víctor Hugo fue atracado la noche del domingo, cuando se dirigía a su casa entre Vinto y Quillacollo. No contentos con sustraerle el celular, los criminales lo golpearon brutalmente. Un familiar contó que, un día después, el pintor no pudo acudir a una clínica debido a un paro de transporte en la zona, y que optó por solo tomar calmantes. La jornada siguiente dejó de respirar.

Los desalmados delincuentes dejaron así a dos jóvenes de 20 y 15 años sin un padre, y al país sin uno de sus mejores cultores de la acuarela y otras técnicas. Víctor Hugo (1962) realizó centenares de exposiciones individuales y colectivas desde 1982, en salones de Bolivia y el exterior. Retrató los paisajes, pero con una óptica distinta a la tradicional. “Busco el paisaje accidentado e informal”, dijo en una entrevista con OPINIÓN en 2014.

El artista nunca la tuvo fácil. En otra entrevista lograda en 2007, manifestó acerca de su padre: “Él era un hombre talentoso, un artista nato en todo el sentido. Era muy riguroso en cuanto al trabajo. Exigía bastante dibujo. Yo quedé huérfano a los 13 años y por ello no pude recibir ninguna orientación como pintor”. Y es que la vida de Gíldaro, padre de ocho hijos y quien falleció también de modo trágico, en un accidente de tránsito ocurrido en 1975, fue azarosa y transcurrió muchas veces en medio de la pobreza. Gíldaro Antezana (Cochabamba, 1938) se formó en las artes de tallado en madera y repujado en cuero, antes de iniciarse como pintor, en los 60. Ganó múltiples premios, y su obra se distribuyó en colecciones alrededor del mundo. “Series como ‘Los Búhos Negros’ en homenaje al Che Guevara o ‘El Sueño de Cayetano’, donde el personaje aparece desfilando con pancartas que rezan ‘Prohibido vivir mal’; o ‘Los machu machus’, que fue censurada por la dictadura banzerista (…) son episodios de una historia colectiva narrada con la fuerza de un discurso libertario y en un tono profético y lúdico” indicó el periodista Wilson García Mérida.

Una pérdida tan lamentable como la de Víctor Hugo —o la de cualquier otro ciudadano en casos similares— nos hace reflexionar acerca de la inseguridad en la que vivimos. Quillacollo es una urbe que ha crecido de modo desordenado y con altos índices de criminalidad. El periodista Walter Gonzales señala que la suya es la ciudad más peligrosa del Eje Metropolitano; lo prueban hechos como el del pintor y como los que se conocen a diario. Tristemente, vistas las escasas acciones de la Gobernación y de la Alcaldía en esa región, no mucho parece que vaya a cambiar.

De otro lado, el fallecimiento muestra una vez más lo ingrato que es dedicarse a la cultura en Bolivia. En otra realidad que privilegiara este quehacer, probablemente Víctor Hugo no solo tendría una movilidad propia para trasladarse, sino el reconocimiento y respeto de la sociedad, que le agradecería su trabajo y el legado de su familia.

Y es que, tan solo para hablar de las artes plásticas, habrá que recordar a las autoridades que Cochabamba tiene hasta ahora solo cuatro reducidos y siempre copados espacios para muestras; que la obra de Gíldaro Antezana no ha sido tratada como patrimonio; que no existe una sola publicación financiada por el Estado acerca de ella; que la nueva Escuela de Bellas Artes Raúl G. Prada se cae a pedazos a dos años de haber sido entregada. Y eso para no referirnos a inexistentes acciones educativas y de apoyo a nuestros artistas.

Parte de la responsabilidad también la tienen ellos. Probablemente afectados por los nuevos lenguajes y tecnologías, han perdido el sentido de la organización. La otrora poderosa Asociación Boliviana de Artistas Plásticos (ABAP), capaz incluso de cambiar a autoridades municipales de Cultura, hoy está invisibilizada, sin que ello sea la culpa de la actual dirigencia, sino de un proceso general de dispersión de los pintores, dibujantes y escultores.

Así las cosas, cada vez nos cuesta más entender que la partida de un creador es una tragedia para todos.