Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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RADICAL LIBRE

La coca es cocaína

La coca es cocaína
Dicen que Valentín Mejillones llevaba su poncho ceremonial el momento de su detención por narcotráfico. Desde 1998, fue Coordinador de Ancianos y Guías Espirituales de América y fundador del Consejo de Amautas; pero recién se lo conoció los años 2006 y 2010, porque él entregó el bastón de mando a Evo Morales, en Tiwanaku, cuando este se disponía a asumir el poder luego de sus dos victorias electorales. El principal amauta aimara, que en la religiosidad andina es el “sacerdote” principal, legitimaba así la condición dual del nuevo Presidente: dirigente de los movimientos sociales y líder espiritual del mundo indígena. En su extremo “sagrado”, la coca ocupaba el espacio de la memoria y la autoridad moral en el Estado indio y popular.

En su extremo profano, la cocaína es la droga performativa, la que permite hacerlo todo. Es la respuesta a la falta de límites, a la sociedad competitiva. Al llegar al cerebro, la cocaína estimula dos neurotransmisores clave: la dopamina y la noradrenalina. El primero te convierte en el centro de la fiesta, te enciende; el segundo te pone más alerta, te ilumina. Hasta que llega la penumbra.

Qué paradoja. El mundo sagrado y el mundo profano. El mundo crudo de la coca; el mundo cocido de la cocaína. Reunidos en la entraña de un Presidente indígena y de un campesino dirigente sindical. Hasta ahora dirimiendo sus diferencias, invadiendo sus territorios, marcando sus fronteras. Hasta que la paradoja se hace contradicción y uno de los polos anula al otro, legaliza su victoria, se declara cocaína global reduciendo la coca al folclore local. El consumo tradicional requiere, en el mejor de los casos, de 5.084 hectáreas de coca —ojalá orgánica— de los Yungas paceños y de los Yungas de Vandiola. El resto en 2015, 15.116 hectáreas, van al narcotráfico. Esas hectáreas producen 21.269 toneladas de coca seca (a un rendimiento de 1.407 tn/ha/año). Se necesita 112 kilos de hoja seca para producir un kilo de pasta básica que, con la técnica colombiana, puede convertirse en 800 gramos de cocaína. Esos kilos de hoja dan para producir 189.895 kilos pasta básica/año, redondeando, 190 tn/PB/año, 150 tn/cocaína/año. La FELCN afirmó que incautó 12.68 toneladas ese mismo año. Eso deja un saldo neto de 177 toneladas de pasta básica o de 142 toneladas de cocaína producidas en 2015. Las 142 toneladas, estimando muy conservadoramente un precio de 5.000 dólares/kilo, se convierten en 710 millones de dólares. A partir de la nueva ley, serán 800. En Bolivia, esos 800 millones equivalen hoy al 2.5 por ciento del PIB. El impacto en nuestra economía, por ahora, es importante, pero no excesivo. Sin embargo, eso no es todo.

La “hoja sagrada” ya no tiene nada de sagrada. La ha profanado el mercado más neoliberal de todos: el narcocapitalismo (...).