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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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UN POCO DE SAL

El paro de las mujeres

El paro de las mujeres
Por el Día Internacional de la Mujer y ante la persistente violencia contra ella, se convocó para el 8 de marzo pasado a un paro general de mujeres en por lo menos 30 países. El Informe Especial del periódico OPINIÓN del pasado domingo fue dedicado a la mujer y sobre todo al tema del machismo, causa de feminicidios. En este reportaje, se insiste también en la educación desde la infancia, en la escuela y en la familia, instituciones que recrean hoy todavía el sistema patriarcal. Pero no se dice nada del modelo patriarcal de la Iglesia católica.

Nadie parece decir nada, quizá por aquello de que la Iglesia es “sagrada”, siempre tiene “la verdad” y no hay que meterse con ella. Ya hace 400 años que Miguel de Cervantes ponía en palabras de Don Quijote la frase: “Con la Iglesia hemos topado, Sancho”.

La Iglesia católica ha sido y sigue siendo eminentemente educadora, y sigue teniendo prestigio en nuestro medio, pero transmitiéndonos una imagen patriarcal y profundamente machista de las personas.

Siempre vemos en los cargos de dirección de la Iglesia a varones. En todos los actos litúrgicos, la figura del varón es predominante, y las mujeres son excluidas. Muchas religiosas siguen apoyando este modelo de Iglesia, aceptando estar en un segundo plano para servir a los sacerdotes, o estando a su sombra en las múltiples actividades pastorales. Pareciera que las mujeres no están a la altura de los varones en las responsabilidades de la Iglesia. No tienen voz ni voto, como la gran mayoría de cristianas y cristianos.

Todo ello está muy lejos del mensaje de Jesús, quien trató por igual a mujeres y varones, delegándoles a ellas el mismo nivel de responsabilidad para transmitir su mensaje.

Jesús respetó y valorizó como nadie la dignidad de todas las personas, sobre todo de las mujeres, tan minusvaloradas en la sociedad de aquel tiempo. Lo vemos respetando y dialogando con una mujer samaritana —por tanto hereje para los judíos— y con una adúltera que tenía que ser apedreada por unos varones mucho más adúlteros que ella. Acogía igualmente a prostitutas y a extranjeras, señalándoles una dignidad incluso mayor que la de las autoridades religiosas.

¿Dónde quedan aquellos cambios que hace más de 2.000 años propiciaba aquel sencillo laico de Nazaret?