Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 22:00

CONSTRUIR COMUNIDAD

Teseo, el evaluador

Teseo, el evaluador
Cuenta la mitología griega que, cuando Teseo comenzó su viaje iniciático, se topó con Procrustes, mítico ser que, bajo una fingida hospitalidad, ofrecía a sus visitantes una cama de metal en la que podían pasar una noche. Sin embargo, si el visitante era más pequeño que la cama, Procrustes rompía las piernas del viajero y las estiraba hasta que sean del tamaño exacto de la cama. Si, por otro lado, el viajero tenía una estatura que superaba el largo de la cama, el anfitrión cortaba las extremidades de su invitado para que cupiera en la cama de manera exacta. Teseo, gracias a su habilidad, no solamente salió bien de su encuentro con este célebre torturador, sino que sometió al torturador a su propia tortura.

Con frecuencia, se suele comparar al proceso de evaluación con la cama del tétrico Procrustes, pues los docentes buscan “moldes exactos” para valorar el rendimiento de sus estudiantes: si responde tal cual dice el texto, si se comporta como el docente dice que debería, si entrega sus trabajos sin errores, entonces el estudiante merece una calificación alta. Cualquier comportamiento fuera del molde está penado y debe ser corregido de inmediato.

La evaluación siempre ha sido (para seguir con la mitología griega) el talón de Aquiles de todo proceso formativo. Sucede con frecuencia que, si bien, los fundamentos epistemológicos son innovadores y se traducen en modelos de planificación y estrategias didácticas congruentes, a la hora de evaluar se sigue priorizando la calificación sobre una mirada reflexiva sobre el proceso formativo. Es decir, se proponen modelos educativos novedosos, pero al final todo se reduce a un número.

Bajo la lógica del enfoque socioformativo complejo, se asume que el estudiante, así como es responsable de su proceso formativo, también debe serlo respecto de la evaluación. Ojo, esto no significa que el docente no debería planificar su clase ni dejarla enteramente en manos de los estudiantes, tal cual soñaban los existencialistas, sino todo lo contrario: hoy más que nunca el trabajo del docente no se concentra en el aula, sino en la planificación de las actividades, y eso, por supuesto, incluye a la evaluación.

Existen, también, algunas erróneas ideas sobre la evaluación. Algunas de ellas son: es exclusiva del docente, se realiza solamente al final del proceso formativo, solo es cuantitativa y el saber ser no se puede evaluar. Son ideas falsas.

La evaluación debe ser equilibrada, los docentes tienen que evaluar a sus estudiantes, los estudiantes deberían evaluar a sus compañeros, los estudiantes deberían evaluar a sus docentes, y docentes y estudiantes deberían autoevaluarse periódicamente. De hecho, en la UCB “San Pablo” hemos dado un pasito más allá: en los procesos de intervisión, los docentes evalúan en las clases de sus colegas aspectos técnicos de la didáctica y la planificación.

La evaluación es un proceso de acopio de información que permite emitir juicios de valor y tomar decisiones, pero es un proceso que corre paralelo al proceso formativo en sí. Por ello, evaluar al final solo garantiza una deformación de la idea de proceso. La calificación planificada permite evaluar, de manera consensuada con los estudiantes, valorar de manera cualitativa el progreso de la formación, así como los valores que construyen el saber ser.