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Mexicanos con Kennedy

Mexicanos con Kennedy
No es fácil imaginarlos, pero Juan José Gurrola, José Luis Cuevas y Jaime García Terrés platicaron con John F. Kennedy en la oficina oval, dos días antes del magnicidio en Dallas.

Los mexicanos andaban en uno de los simposios que organizó la Inter-American Foundation for the Arts (IAFA). Financiada por la Fundación Rockefeller, la IAFA era una versión cultural de la Alianza para el Progreso que creía que acercar escritores latinoamericanos y norteamericanos era provechoso para ambas regiones (véase la p. 73 del libro de Deborah N. Cohn. Otra descripción de la IAFA puede leerse a partir de la página 134 de este estudio de María Eugenia Mudrovcic).

Su director era Robert Wool, quien fue el intermediario para conseguirle a Neruda la visa que le permitió acudir al congreso del PEN Club en Nueva York en 1966, esa visita que le mereció el regaño de Fidel Castro y las unidas izquierdas, como ya narré aquí, antes de encontrarme esta foto simpática de Neruda en Estados Unidos en la revista Life (junio 24 de 1966).

Bueno, el primer simposio de la IAFA fue en 1962 en Paradise Island, en las Bahamas, a poco de la crisis de los misiles en Cuba, y al que asistieron Edward Albee, William Styron, Gore Vidal, Aaron Copland y Richard Morse, entre otros norteamericanos de elevada calidad. Cohn solo menciona la presencia de dos latinoamericanos de relieve, el escritor chileno Fernando Alegría y el pintor peruano Fernando de Szyszlo. Tuvo que haber más, claro, pero no encuentro datos. ¿O prevalecería a tal grado la cautela ante los esfuerzos de EEUU para balancear la influencia de la Casa de las Américas? Luego vinieron el simposio de Barranquitas, Puerto Rico, en 1963; después vendría el de Chichén-Itzá (del que hablaré en la próxima entrega) en 1965 y, finalmente, el de Puerto Azul, en Venezuela, en 1967.

La IAFA se transformó en 1966 en el Center for Inter-American Relations que cambió los simposios por la promoción editorial de libros latinoamericanos. Asesorado por Emir Rodríguez Monegal, el Center levantó una encuesta continental entre escritores para elegir las mejores novelas y diez años más tarde, en un eficiente esquema comercial con las editoriales, se habían publicado ya casi cincuenta libros, de Cien años de soledad en adelante. Así pues, los norteamericanos hicieron realidad las fantasías de los congresos chilenos y mexicanos a los que ya me referí.

 De Barranquitas a Washington. En un escrito titulado “De nuevas y viejas fronteras (crónica de viaje)”, Juan García Ponce narra su viaje al simposio de Barranquitas. Puede leerse en la Revista de la Universidad, profusamente ilustrado con páginas de un cuaderno-diario-agenda que José Luis Cuevas llevó durante esos mismos días.

La crónica no se limita a narrar “la mera experiencia intelectual”, sino “la sensación de haber vivido, casi desde adentro, un momento que tiene ya significado histórico”.

García Ponce anota que el formato de los simposios IAFA consistía en platicar libremente y alcanzar conclusiones, todo en privado, sin público ni prensa ni memorias testimoniales. La única condición era “que se conserve la índole privada de las discusiones que tuvieran lugar en él y solo se hagan declaraciones a título personal” (algo semejante al esquema que sigue poniendo en práctica el Liberty Fund en todo el mundo).