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  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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DESDE AFUERA

Si morimos, ¿debería importarnos que quieran entrar a nuestro email?

Si morimos, ¿debería importarnos que quieran entrar a nuestro email?
Seis años después de su fallecimiento en 2004, la totalidad de los emails contenidos en la cuenta de correo de Susan Sontag (unos 17,198 para ser exactos) podían ser consultados en la sala de lectura de la colección especial de The University of California, Los Ángeles (UCLA). Lo mismo ocurrió con David Foster-Wallace, quien falleció en 2008 y solo dos años después la Universidad de Texas ya contaba con el archivo entero de sus emails para consulta. Aunque la utilización del email no es nada nuevo (en la entrega anterior mencionamos que el email tal vez es uno de los primeros bienes digitales que usamos), su archivo por parte de las universidades fue algo novedoso que, por un lado, permitía una especie de aleph sobre la obra de los escritores (de Susan Sontag podríamos ver no solo su escritura crítica y profunda, sino los mails cuyo asunto era “whatsapp?”) y, por el otro, daba pie a cuestionar qué tanto de este acceso total a la cuenta de email invade la privacidad de sus titulares y, tal vez, de terceras personas.

Pero bueno, si no somos escritores o personajes trascendentes, ¿debería importarnos que alguien quiera acceder o acceda a nuestro email después de nuestra muerte? Si tenemos una cuenta de email yo diría que sí. Para muestra el siguiente caso, que es ejemplo seminal de las complicaciones del acceso post-mortem a dicho bien digital: En 2004,  Justin Ellsworth, un marine estadounidense de 20 años, falleció en combate en Fallujah. Fue entonces cuando su padre, John Ellswort, quiso obtener todos los emails que Justin había enviado y recibido mientras estuvo en la guerra, con la finalidad de hacerle un homenaje. Justin tenía cuenta de email con Yahoo, así que su papá le pidió a dicha empresa que le diera acceso. De principio, Yahoo se negó argumentando que por cuestiones de privacidad no podía revelar el contenido de la cuenta y que dicha decisión se encontraba soportada contractualmente en la cláusula que señala que la cuenta de Yahoo es intransferible, que cualquier derecho relacionado con la cuenta termina con la muerte del titular, momento en que el contenido del email puede ser borrado (ojo: en la traducción al español esa parte no se ha actualizado)[1]. Fue entonces cuando  John Ellsworth buscó una orden judicial para acceder a la cuenta. La decisión en este asunto fue salomónica: el juez ordenó a Yahoo que le diera al padre de Justin una copia en papel de todo el contenido del email y un respaldo en CD, pero sin revelar la contraseña. ¿Qué tan deseable es que alguien escudriñe toda tu vida en emails? Esta solución probablemente estuvo pensada para evitar suplantación o robo de identidad, pero dejó muchas incógnitas respecto de la privacidad y el acceso post-mortem.

Con el caso de Yahoo queda claro que la compañía puede eliminar una cuenta entera al momento de la muerte de titular de la cuenta, aun si esta contiene correos que cumplan con los requisitos necesarios para ser considerados sujetos a protección intelectual. Es decir, puede borrar de tajo emails sobre los que el titular tiene derechos de propiedad y sobre los que sus herederos también tendrían derechos.

Por lo que hace al tema de privacidad, en sistemas legales pertenecientes al common law, como Reino Unido, tradicionalmente se ha considerado que el derecho a la privacidad termina con la muerte. De hecho, la UK Data Protection Act (Ley de Protección del Reino Unido) define datos personales como la información relacionada con personas vivas que pueden ser identificados a partir de dicha información.

(Tomado de www.letraslibres.com)