Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Los premios

Los premios
La anterior semana, en esta columna, me referí a la modernidad líquida y su consecuencia directa en el quehacer cotidiano social actual, la precariedad y la transitoriedad de las expresiones culturales que se exaltan en el mundo actual, que muchos con fruición, prefieren llamarlo posmodernismo; lo evidente es que nos enfrentamos a la desvalorización y desconocimiento de los verdaderos aportes rigurosos tenaces y consiguientemente creativos, que por tal son dignos de constituirse en valores del presente y paradigmas para las generaciones futuras. La indiferencia ciudadana, aún de círculos íntimamente ligados a la cultura, simplemente es pasmosa, peor aún la del Estado como grupo integrador de la comunidad y, simplemente inconcebible, la de los gobernantes que se precian de sostener, valorar e incentivar la cultura nacional. Es verdad y, nobleza obliga a reconocer, que la Vicepresidencia de la República ha creado un sistema impecable de difusión del pensamiento cultural boliviano en los 200 años de su existencia. Tampoco es menos evidente que el Ministerio de Culturas ha implementado ciertas formas de reconocimiento a la creación intelectual, pero es de evidencia plena que todo ello contrasta con la actitud sistemática de otras instancias del gobierno que prefieren la dinámica de la exaltación de lo populachero, lo fatuo y lo circunstancial, en desmedro de la promoción y el reconocimiento de lo que constituye en esencia de los valores trascendentes. Eso creo y puedo fundamentarlo. Desde mi perspectiva personal y en torno al campo cultural, concretamente literario y de investigación, se omite con desdén sistemático el reconocimiento a las obras y sus cultores que en el silencio de la biblioteca o atelier personal dan forma a la creación artística, sin padrinazgos ni compadreríos. Eso ocurre, entre otros, con la obra y la persona del maestro Adolfo Cáceres Romero, quien cautamente alejado de los círculos políticos y de los grupillos de socorros mutuos, por decenas de años ha tenido un aporte constante a la cultura nacional. A este maestro, expresión que cabe adecuadamente a Cáceres, se le ha restado los verdaderos homenajes y reconocimientos que se merece en lo personal y al conjunto de su creación y labor en la narrativa literaria como testimonian una amplitud de títulos en diversos géneros: novela, cuento, crítica literaria. Sus trabajos de investigación histórica, gran legado para el futuro, se hallan materializados en varios tomos y abarcan desde la literatura aborigen hasta nuestros días, rescatando en sus pliegos a verdaderos incunables. Este maestro ha ejercido la cátedra universitaria, pero más allá de ello, la verdadera labor académica la ha dado día a día en coloquios, presentaciones de libros y fundamentalmente en la guía personal a cientos de personas que buscaban su opinión, su crítica o sugerencia en el quehacer de las letras. Aquí es válido interrogarse: ¿Quién, laureado o no, iniciante o experimentado, dejó de recibir una palabra del maestro? A estas alturas de las circunstancias, pienso que la verdadera gratificación al maestro es la certeza que su nombre y producción pasarán impertérritas al futuro y allí el premio a la inmortalidad ya le está concedido.