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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Autonomía universitaria

Autonomía universitaria
La autonomía universitaria es una de las banderas de las casas superiores de estudio estatales en nuestro país y en toda Latinoamérica. Si bien la autonomía fue una conquista obtenida en Bolivia en la década de 1930, suspendida y recuperada después de las dictaduras de Banzer (1971-1978) y García Meza (1980-1982), hoy en día se cuestiona su total vigencia. El cuestionamiento proviene de los ámbitos político y económico, ya que, por un lado, existe influencia e injerencia de partidos políticos en la vida universitaria, y por otra parte, el Estado, a través de la Contraloría, está haciendo un seguimiento minucioso a su administración. Basta señalar que un ex rector de la UMSS dejó su mandato universitario para candidatear a la Alcaldía de Cochabamba por el MAS, y que el contralor del Estado intervino en el escándalo de Rolando López.

Hemos mencionado dos pilares de la autonomía universitaria, el político y el económico. La tercera pata de este trípode universitario es el pilar académico, por él tienen sentido los otros dos, y la autonomía universitaria obtiene una identidad propia. Los estados, por medio de un control político y económico, pueden monopolizar la educación y hasta ideologizarla. Para evitar ese riesgo, la universidad es independiente del Estado en los asuntos académicos, es decir, en la producción del saber, la investigación, el currículo universitario, la extensión social universitaria, y todo aquello que promueva una visión crítica de la sociedad y aporte al mejoramiento de sus niveles de vida.

La autonomía académica; sin embargo, es el pilar olvidado (o tal vez ignorado, evadido, “ninguneado”). Los discursos, comprendidos como las pautas del comportamiento social, son muy divulgados en nuestras universidades. Los dirigentes los manejan muy bien, sin embargo, no son capaces de permear las estructuras administrativas y educativas de nuestras superiores casas de estudio. El discurso del constructivismo, por ejemplo, es manejado en diferentes estratos de la universidad, empero, muy pocas son las aulas donde se propone la generación de un aprendizaje social y constructivista. También el discurso de las competencias ha ingresado con fuerza en el ámbito universitario, pero solo ha servido para elaborar planes en papel y mantener los mismos paradigmas tradicionales de educación.

Por todo esto, sostengo que el discurso de la autonomía universitaria está sirviendo como telón de fondo de un currículo oculto, en el que los estudiantes, a nombre de la defensa de la autonomía, están aprendiendo política sucia que solamente defiende intereses personales y gremiales (véase el caso del comedor de la UMSS en diciembre pasado); uso y abuso de los bienes del Estado (construidos y adquiridos con los aportes de todos los ciudadanos bolivianos); ganancias ilícitas, con el mínimo esfuerzo (cuánta gente está décadas en la universidad como estudiante, porque recibe remuneraciones mayores a las que podría adquirir como profesional); violencia y no diálogo.

La autonomía debería ser capaz de formar personas que aprenden por sí mismas en un mundo cambiante, futuros profesionales que se autorregulan, que ponen en práctica lo aprendido con responsabilidad y ética, que investigan para mejorar su entorno, como una retribución universitaria a la comunidad que los sostiene. No perdamos el norte, la autonomía universitaria tiene como pilar fundamental lo académico. Abramos el debate académico sobre cómo debe formar nuestras universidades.