Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 00:24

Glocalización

Glocalización
Tengo la siguiente escena en mente: mi abuela viendo TV española, entre Navidad y Año Nuevo, allá en los lejanos y plásticos 80, contándome sobre un magnífico concierto en las ruinas de Caracalla. Atento a sus palabras, pregunté sobre el lugar en cuestión. No dudó en contarme sobre todos los emperadores romanos que se hicieron famosos por sus termas. Me habló de las termas de Caracalla, de Diocleciano, Agripa, Nerón, Tito y así como sigue. El Facebook de hace dos mil años no, sino un baño público donde asistía el pueblo, motivado por sus necesidades fisiológicas, a compartir los rumores del día: que Tiberio engañaba a su mujer; que Marco Antonio es un ostentoso por posar para una escultura; que la gente de Pompeya es superficial; que el César es un dictador que quiere eternizarse en el poder y que, a este paso, terminaremos como los griegos.

Han transcurrido dos mil años desde entonces y seguimos usando frases recurrentes, como “Pan y circo” y “Cada pueblo tiene los gobernantes que merece”, para justificar nuestro pequeño simulacro de opinión. Dos milenios después, seguimos alrededor de un bucle sostenido de falacias y que compartimos en tiempo real. Lanzamos a los leones a los diferentes, a quienes no están a nuestra altura intelectual. Nuestras víctimas han cometido el terrible pecado de emular a los dioses del Olimpo y, por ello, deben pagar cara su osadía. Atreverse a proponer o innovar hoy es un delito.

Ciertamente, el rubro de la tecnología me ha permitido participar de variopintos encuentros donde se habla con tenacidad de la innovación, como quien ostenta el vellocino de oro. Hay gente que sale de Bolivia y se encandila con cuanta idea. Ve bicis en el metro, transporte público con tarjetas magnéticas, flashmobs con música clásica en algún bar y, con ello, surge la frase: “Cuánto nos falta a los bolivianos para ser como (ingrese un país moderno aquí)”. Pero las mismas personas que enarbolan la innovación afuera la desprecian totalmente acá: no pueden ir a sus trabajos en bici, ni hablar de usar el transporte público y menos de considerar esas “hippientas” ideas de reciclar o adoptar. Por favor, aquí estamos para ganar dinero, como sea, para poder comprarme un pasaje a otro lindo país y amar su cultura desde las fotos que subo a Instagram. Nos duele Siria, detestamos ISIS, oramos por las tragedias de otros lados, estamos a un paso de ir a ayudar a algún país del África, pero estos potosinos terribles que se prestan niños para mendigar en Navidad son de lo peor.

El mundo es de los que se atreven. Las críticas, como hace dos mil años, siguen siendo producto de las termas y lo que en ellas sucede. Tenemos herramientas globales para nuestras miserias locales.