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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Hijos de la violencia

Hijos de la violencia
Somos parte de una sociedad violenta tanto a nivel verbal como físico. Nos espantamos cuando vemos en los canales de televisión, en las redes sociales o en los diarios imágenes e historias que nos cuentan de la extrema crueldad con la que algunos progenitores lastiman a sus hijos o a sus mismos padres, pero es probable que no nos demos cuenta de que la semilla de esa violencia está sembrada en nuestros mismos hogares.

Vivimos en hogares en los que escuchamos a nuestros padres lanzar una serie de frases cuando están molestos, sin ponernos a pensar cuánto pueden estas lastimar. “Eres un burro”; “pareces idiota, no piensas…”; “naciste sin estar en los planes, no debías nacer…”; “ya vas a saber lo que es canela…”; “por qué no piensas para hacer las cosas…”; “no sigas comiendo, ya pareces un cerdo…”.

Está demostrado que, si a una adolescente le decimos que parece una “vaca”, es probable que le desatemos problemas como la bulimia o la anorexia que muchas veces tienen como detonante calificativos administrados por el entorno de la persona, sea en el hogar o en el colegio.

De este tipo de violencia verbal y actitudinal no nos libramos ni en nuestro trabajo cuando somos mayores. La prueba está en el sinfín de problemas que no son administrados mediante el diálogo en las oficinas, sino a través de la coerción y el chisme que únicamente terminan causando malestar y no aportan con soluciones. El siguiente paso está dado por las medidas extremas laborales como las huelgas, los bloqueos y los ayunos sin siquiera haber intentado previamente agotar la etapa de las negociaciones y sin darse cuenta de que, al final del día, cualquier medida de presión de este tipo termina volcándose en contra de quien la ejerce porque ocasiona daños en la reputación de toda la empresa hacia los ojos externos.

Lo más grave es que los hijos e hijas de la violencia la llevan y siembran por donde van porque los problemas de sus hogares los arrastran a sus trabajos y terminan haciéndoles la vida imposible a quienes no tienen nada que ver con sus asuntos.

Pasar de la violencia verbal a la física no es más que transitar de una etapa a otra. Y los resultados están a la vista: mujeres, niños y adultos mayores golpeados y asesinados. Y, claro, luego como sociedad nos espantamos cuando nos enteramos de que un padre y una madrastra golpearon a la niña Abigaíl hasta mandarla al hospital y luego al cementerio o cuando nos cuentan que un hombre enfurecido y ebrio quemó con fuego a su hijo o cuando una madre dejó prácticamente morir de hambre a sus pequeños hijos.

Todos esos escenarios de extrema violencia tienen su germen en una sociedad que lamentablemente se maneja en todos sus niveles con violencia de todo tipo, lo único que habría que analizar es qué nivel ha alcanzado la misma.

¿Quién dialoga en su hogar?, ¿quién dialoga en su trabajo?, ¿quién dialoga en el colegio?, ¿quién dialoga en la calle?, ¿quién dialoga entre conductores de carros? En el hogar manda el padre y, con suerte, algo la madre; en el trabajo se arman componendas y roscas; en el colegio unos maestros hablan mal de otros mientras los pequeños andan haciendo bullying o soportándolo; en la calle unos insultan a otros si se presenta un problema de circulación.

Por eso, tal vez ayudaría más que en vez de solo horrorizarnos por lo que vemos en las noticias de extrema violencia viéramos la manera de ayudar en la sociedad desde donde estamos y desde el papel que nos ha tocado cumplir para ir cambiando esa forma de concebir al mundo y actuar sobre él.

¿Cómo podríamos ayudar? Dialogando y proponiendo, además, el diálogo como solución de todo conflicto en nuestros hogares, en los espacios públicos y en nuestros trabajos. Si no empezamos, ¿quién lo hará? Está en nosotros dar el primer paso.