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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Analfabetismo ambiental

Analfabetismo ambiental
“No les vamos a hacer caso”, dijo una autoridad máxima ante los que arguyen que la construcción de represas va en contra de la estabilidad ambiental de cualquier río y zona circundante. Y los argumentos son fuertes, no solo los que se centran en aspectos ecológicos, sino también los que evidencian nefastas consecuencias para la salud, la economía y los derechos humanos. Más allá de la intención política y la codicia enfermiza, la frase inicial denota una gran ignorancia sobre el medio ambiente y la ecología.

Pero no solo la autoridad es culpable, también en casa se manifiesta nuestro desconocimiento de los alcances de ciertos comportamientos y actitudes que terminan por afectar nuestro futuro y el de nuestros hijos. La deforestación, la expansión de la mancha urbana, los incendios, la situación del río Rocha, la laguna Alalay, Albarrancho, La Angostura y la sequía misma demuestran nuestra incapacidad de establecer una relación equilibrada con el entorno y nuestra abulia por los temas medioambientales.

En nuestro medio, la ciencia es un simple programa en la tele. La naturaleza existe allá lejos, en el mundo NatGeo. Estamos tan desconectados que esperamos que las situaciones precarias del medio se arreglen por sí mismas. Nos enfrascamos en danzas profanas “llamando” a la lluvia, como si la precipitación fuera la única solución al problema de carencia de agua, como si la ciencia no hubiera elucidado ya que se puede manejar adecuadamente el ciclo hidrológico y no necesariamente bombardeando nubes con elementos tóxicos. Pensamos en soluciones rápidas e insostenibles como la perforación de pozos o traer agua de fuentes cada vez más remotas, sin reparar más allá del bienestar pasajero, del corto plazo; como si no tuviéramos y no pensáramos en nuestros hijos, como si no existiera la esperanza de que el país tenga un futuro cada vez mejor, como si el cambio que tanto apoyamos a instituir fuera un simple cuento demagógico (¿o lo es?).

Los biólogos y los ingenieros ambientales, llamados a contribuir con soluciones viables a temas medioambientales, somos “bichos raros” en nuestra sociedad. Muchas veces se nos reprocha que es responsabilidad nuestra que la gente desconozca las dimensiones de nuestras actividades. Pero la educación del colectivo no depende solo de nosotros; debe responder también a políticas de Estado claras y concisas, y ser el producto de un sistema educativo compatible con nuestro estilo de vida, que nos enseñe a vivir en comunidad y en comunión con el medio ambiente. Así, la soberbia y la ignorancia que expresan las autoridades podrá ser combatida con conocimiento, con datos conseguidos a través de la experimentación y aplicación del método científico; datos objetivos y matemáticamente comprobables.

Solo a través de una educación sistemática y acorde con nuestra realidad dejaremos de cifrar esperanzas en ideas proselitistas y oportunistas que procuran dar solución a problemas científicos a través de “pactos” o mediante la represión de planteamientos alternativos. Solo así dejaremos de abrir las puertas del país a ideas foráneas construidas con base en realidades también foráneas. Solo así dejaremos de actuar como si nuestra ignorancia no tuviera remedio.