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Las sentencias de mi madre

Las sentencias de mi madre
En una de las salas del Hospital Obrero, tras 90 días de convalecencia, a las 5:50 de la mañana expiró nuestra mamá, Julia Durán Severich viuda de Arias (Vallegrande 2/7/1934 - La Paz 7/12/2016). Con el dolor y la ausencia que nunca podrá ser llenada, uno mira atrás y se pregunta: ¿Por qué y cómo hemos llegado hasta aquí? La respuesta es: gracias a las enseñanzas de mi madre, a lo que hoy son sus legados que los vivimos y transmitiremos de generación en generación. Somos su hechura. Recopilando algunas de sus frases, resumo sus enseñanzas.

“¡Vamos! ¡Levántate! Mientras duermes, el mundo sigue girando”. Nos enseñó a no ser conformistas, a arriesgar. Eso fue lo que la impulsó a salir muy joven de Vallegrande (Santa Cruz) hacia La Paz, en búsqueda de nuevos horizontes. En mi pueblo, nos decía, “no tenía futuro y no quería quedarme como una simple campesina”. En La Paz, vivíamos en pleno centro de la ciudad, pero en alquiler. Ella, con la tenacidad que la caracterizaba, se endeudó y nos llevó a vivir a lo que en aquel tiempo era relejos: Ciudad Satélite, El Alto. “Casa propia, aunque en el culo del mundo, pero casa propia”. Constantemente, a cada uno de sus retoños nos decía: “Tienes que estudiar y esforzarte para ser alguien y no un simple desconocido”, “no te juntes con los malentretenidos y sin norte”. Las amistades ayudan, pero también perjudican. “Si quieres ser alguien, júntate con personas más capaces que vos. Ellas te jalarán a las cumbres del Illimani. Los otros te llevarán a los infiernos del vicio y la compasión”. Estos principios le llevaron a invertir en nuestra educación antes que en cuestiones materiales. “Les dejo una cabeza pensante y no castillos. Con esa cabeza, tendrán lo que ustedes decidan”.

“Pobres, pero dignos”. Era su máxima cuando nos veía sucios y sin arreglarnos. Le molestaba que levantemos compasión. Desde pequeños, nos enseñó a lavar, planchar y zurcir. “La pinta es lo de menos, pero, mi hijo, la pinta ayuda”. Decía que había que quererse primero uno para que a uno lo quieran los demás y que, si buscas compasión, te la darán, pero te usarán y luego despreciarán.

“No robes, aunque te estés muriendo de hambre. El ladrón empieza y se hace en casa”.

Madrecita, te fuiste, pero son estos legados los que nos dejas y te agradecemos por haber hecho de nosotros personas dignas y por enseñarnos a salir adelante a pesar de todas las adversidades. Esta es la prueba final que nos pones y estamos seguros de que, con tus enseñanzas, amor y la bendición del Señor, lo lograremos. Mamá, te amamos eternamente.