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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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La sonrisa de Juan

La sonrisa de Juan
La primera idea que tuve de Juan el Bautista, aquel enorme personaje bíblico que anunció la llegada de Jesús, fue la de un hombre hirsuto: con barba y cabello largo, de carácter áspero, exigente consigo mismo y con los demás. Eso de que se vestía con pieles y se alimentaba con hierbas del desierto me daba la idea de un hombre duro, de pocos amigos, de pocas sonrisas.

Mi idea comenzó a cambiar en la medida que fui meditando aquel pasaje bíblico en el que Juan presenta a Jesús como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El profeta hubiera podido dar a conocer a Jesús como “el maestro” o “el mesías”, pero prefirió decir que era el Cordero de Dios. Este término hace referencia al sacrificio de la Pascua. En el fondo se trata de un anuncio de esperanza. Juan pudo haber dicho en castellano moderno: “Este es el hombre que ha venido a traer justicia, es aquel por quien comienza la transformación del mundo, es el enviado de Dios que nos cambiará el alma, que nos traerá la paz”. La justicia, la paz, el cambio espiritual le preocupaban mucho al profeta del desierto, por lo que me lo imagino con una enorme sonrisa cuando vio a Jesús y cuando sus amigos comenzaron a seguir al nazareno.

Juan, el hirsuto, también fue mutando en mi mente y en mi fe cuando vi un cuadro del Caravaggio titulado justamente “Juan Bautista”. El cuadro es también conocido como “Joven con un cordero”. Para contextualizar un poco, es necesario decir que Caravaggio se llamaba en realidad Miguel Ángel Merisi y fue uno de los pintores más influyentes del siglo XVII. Entre las obras que más admiro de él, se encuentran “La vocación de Mateo” y “La decapitación de Juan Bautista”. Fue un verdadero maestro del claroscuro y un rebelde del manierismo de su época, pues dio a sus pinturas mucho realismo a pesar de la influencia innegable de Miguel Ángel Buonarroti. Fue uno de los representantes más importantes de la pintura barroca.

En esta obra, Caravaggio presenta a Juan Bautista como un joven, casi adolescente, mostrando en su desnudez la belleza natural de su cuerpo. El joven está en una postura de sorpresa y listo para levantarse y caminar. En su rostro se dibuja una sonrisa ingenua y sus ojos expresan alegría. El joven es hermoso, vital y alegre.

En el cuadro Juan está apoyado sobre unas pieles, que hacen referencia a los vestidos del profeta. Abraza con el brazo derecho un cordero que tiene la cabeza muy cercana a la suya y está casi besando al joven. El cordero representa a Cristo, un amigo a quien se abraza y se besa. Otro detalle del cuadro son unas hojas de vid que simbolizan la resurrección de Jesús, con la que se consuma la esperanza del bautista.

La Navidad está cerca y con ella nos presiona una cultura consumista que nos lleva a pensar que el mundo se acabará si no compramos regalos. Sin duda, con tanta presión, en algún momento nos hemos convertido en el Juan duro, malhumorado, hirsuto. Por eso, vale la pena recordar que, en estas fechas, lo que celebramos es la llegada de Jesús, el Cordero de Dios, aquel que trajo la esperanza de justicia, paz y transformación interior que alegraron a Juan. Regalemos, pues, a todos quienes encontremos por estos días una sonrisa de alegría, repartamos abrazos y besos cargados de esperanza en un mundo nuevo y experimentemos la vitalidad que nos trae ser amigos de Jesús.