Opinión Bolivia

  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
  • Actualizado 00:01

Papá... mamá: su divorcio me duele (II)

Papá... mamá: su divorcio me duele (II)
Me es común escuchar en mi práctica terapéutica a madres y padres diciendo: “No quiero que mis hijos me vean triste”. Esto suele producir ambigüedad en la percepción de los hijos, quienes intuyen la decepción sufrida por uno y otro cónyuge hacia su relación amorosa. Los hijos inevitablemente sufrirán. No es posible evitar su dolor; lo mejor es acelerar el proceso de duelo y disminuir la intensidad del sufrimiento. Para ello es necesario comprender las tres posibles situaciones en las cuales los hijos pueden verse involucrados.

La primera, cuando el odio de los padres es muy grande y, por su lucha encarnizada, abandonan sus funciones parentales. En esa circunstancia los hijos perciben la furia de las discusiones y los juegos maquiavélicos entre sus padres. Se instauran como testigos impasibles de los juegos insaciables de sus padres. A la par, han sido abandonados. Las consecuencias emocionales en los hijos son dramáticas: se producen estados depresivos, manifiestos con aislamiento o violencia en la escuela. Se producen vinculaciones amorosas tempranas, en las cuales se pretende encontrar aquello perdido en la familia: protección.

La segunda, cuando el vínculo amoroso entre los padres se rompe y ambos miembros de la pareja se ocupan de sí mismos, olvidándose de los hijos. Si no encuentran apoyo afectivo en la familia extensa, se producen graves estados depresivos colindantes a ideas suicidas o conductas violentas favorecidas por el grupo de compañeros. Estos hijos pueden involucrarse en pandillas, barras deportivas agresivas, grupos ideológicos radicales y sectas religiosas destructivas. Si el eje emocional perdurable en el primer grupo es el odio, en este caso es la angustia.

Por último, la tercera situación relacional consecuente con el proceso de divorcio consiste en lo que los terapeutas sistémicos denominan “triangulación”. Uno o ambos padres se involucran con el hijo en contra de su cónyuge (coalición) o buscan en los hijos protección (alianza). Ya sea un hijo como soldado de uno de los progenitores, o madre-hijo, se instalan en un juego ajeno del cual es muy difícil salir. Los hijos albergan en sus corazones sentimientos ajenos, pues pertenecen al padre o a la madre. La triangulación es producto de la colusión, entendida como un acuerdo entre dos para perjudicar a un tercero. Las consecuencias son devastadoras: los hijos dejan de vivir su vida para reparar los vacíos de sus padres; renuncian a su infancia y a su adolescencia en pos del amor de sus padres.