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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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“La sociedad del cansancio” y sus enemigos

“La sociedad del cansancio” y sus enemigos
Según el filósofo coreano Byung Chul Han, las sociedades del siglo XXI son víctimas de una violencia silenciosa e implosiva. Es el cansancio, dice él, el que agobia y satura nuestra época, así como fueron otros males los que atribularon a generaciones pasadas. Y quizás la potencia devastadora y asesina de esta nueva calamidad radique en su peculiar genealogía. No se trata de un enemigo “externo” que invada al organismo –biológico o social– , como sería el caso de un virus, una bacteria, un terrorista, un secesionista o cualquier otro intruso, sino que se trata más bien de una agresión inmanente al propio sistema, generada por una sobreabundancia o saturación de este último. El exceso de trabajo y de productividad, el exuberante flujo de información y de comunicación, lo que Byung Chul Han llama –en su obra “La sociedad del cansancio”– exceso de “positividad”, es causa de esta crónica fatiga y agotamiento. En esta sociedad del rendimiento, todos viven parapetados en su moral individual, indiferentes ante la “alteridad”. El “otro”, el extraño y su potencial peligro son anulados o ignorados. Muros fronterizos, guetos, unas bombas y miles de muertos sembrados por ahí, en parajes lejanos a su zona de confort, constituyen prenda de sosiego de este ser cansado y apático.

Esta patología contemporánea no puede ser combatida con antibióticos ni con antivirales, pues no consiste en un proceso infeccioso que provoque una resistencia inmunitaria. Como dice Byung Chul Han, las enfermedades características de este siglo XXI no son bacteriales ni virales, sino neuronales. Tal el caso de la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional, todos ellos “infartos ocasionados no por la negatividad de lo otro inmunológico, sino por un exceso de positividad. De este modo, se sustraen de cualquier técnica inmunológica destinada a repeler la negatividad de lo extraño”. Esto significa que la “violencia neuronal” no puede entenderse desde la dialéctica de lo negativo, que implica la contraposición entre lo propio y lo extraño, la división entre identidad y alteridad (u otredad), amigo y enemigo. Dicha violencia no puede ser repelida apelando a los esquemas inmunológicos que suponen una reacción defensiva del organismo –a través de los anticuerpos- frente a un ataque foráneo. Los problemas neuronales, por ejemplo, la depresión, la disminución de serotonina, no provienen de agentes externos al organismo; son más bien formas de violencia inmanentes al sistema.

La extrapolación de este paradigma biológico al ámbito social genera conclusiones interesantes. Según Roberto Esposito, el concepto de “inmunización” se aplica tanto a la medicina como al derecho, a la política y a la informática. La estrategia para neutralizar un virus informático, las medidas contra la inmigración clandestina y la lucha contra brotes epidémicos pueden interpretarse a partir de una misma categoría, como defensas “inmunológicas” frente a ataques exógenos. Pero, siguiendo el pensamiento de Byung Chul Han, las sociedades actuales ya no se asimilan a este paradigma “inmunológico”, pues en ellas han desaparecido –o al menos tienden a desaparecer– la otredad y lo extraño. Vivimos en el reino de lo idéntico, en el que todo está confundido en una extrema promiscuidad e hibridación. Creo que lo que antes era diferente ha quedado absorbido y estandarizado en la horma universal de los llamados derechos humanos. Derecho al medio ambiente, derechos de los animales y las plantas, derecho a la transexualidad, derecho a la homosexualidad, derecho al amor libre y a la autonomia corporal. Todo vale por igual. El derecho suprime todas las diferencias y desdibuja la jerarquización de roles y sistemas de valores. Ahora se discute incluso si un hombre tiene el derecho de agredir a un perro actuando en legitima defensa para salvar su pellejo. La propia naturaleza –esa “alteridad” trascendente– ha sido “humanizada”.

Entonces, la violencia social se genera no en la polarización –como piensa la mayoría–, sino en la promiscuidad, en la falta de diferenciación de roles, en la masificación de un falso imperativo de soberanía que en el fondo implica un sometimiento a la lógica del trabajo, del rendimiento y del cansancio. Es uno mismo quien se encadena a los grilletes de esclavo y se autoflagela creyendo, falsamente, ejercer un acto soberano de auto asignación de identidades. ¡Las feministas deberían haberse percatado, hace tiempo ya, de esta tremenda impostura! En esta sociedad del cansancio ya no hacen falta enemigos para generar violencia.