Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
  • Actualizado 18:19

DESDE AFUERA

La presencia de la ausencia

La presencia de la ausencia
El pasado 13 de septiembre en Monterrey, en un teatro en el que cupieron más de mil estudiantes, Leticia Hidalgo subió al escenario y frente a mí se irguió una nueva Rosario Ibarra de Piedra. Madre de Roy, secuestrado en su casa por policías del municipio de Escobedo, Letty, con lágrimas en los ojos, me entregó un manojo de testimonios que viene a corroborar la terrible realidad por la que atraviesa nuestro país. El libro se titula: “La presencia de la ausencia”. Este 26 de septiembre, se cumplieron dos años de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos, de Ayotzinapa y, aunque el Gobierno de Peña Nieto apueste al olvido, los heroicos padres de familia insisten en que su lucha apenas empieza. "¿Qué pasó? ¿Dónde están? ¿Por qué se los llevaron? ¿Quién se los llevó? ¿De qué los acusan? ¿Quién fue? ¿Quién los tiene? ¿Dónde está? Solo queremos saber dónde están. ¿Nos darán alguna razón? Señor Gobierno, usted es culpable".

En este país de desaparecidos, de fosas comunes y de huesos calcinados, el libro “La presencia de la ausencia”, editado por la asociación civil Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León (Fundenl), es el mejor antídoto contra la desmemoria. En sus páginas revivimos las historias de 14 jóvenes desaparecidos en los barrios olvidados de Monterrey, entre 2011 y 2015; 14 historias presentadas por académicos, madres, hermanos y amigos que, poniéndose en el lugar de las víctimas, intentan lo indecible: hablar del dolor de los familiares.

Cuando desapareció, el 31 de julio de 2011, Brenda Damaris González tenía 27 años. Cajera en una carnicería, obrera en la General Electric, trabajó en la pizca y se fue de mojada al otro lado. Su sueño era poner un restaurante con su mamá. En cambio, fue asesinada y sus restos terminaron en una fosa (...).

A las historias de los desaparecidos les siguen los ensayos de destacados académicos sobre la violencia en México y este largo andar de Antígonas, madres insomnes cuyo dolor nunca llega al "lugar de su quietud". Una de las madres cuenta que, al no tener una tumba que florear, las lleva a la iglesia más cercana, porque le queman las manos.

Desde el sexenio de Felipe Calderón hasta el año pasado, la desaparición es moneda corriente en Monterrey. Los comandos armados de grupos delincuenciales como Los Zetas o el cártel del Golfo irrumpen en las casas para levantar a jóvenes inocentes, como Roy Rivera. ¿Cuál es el destino de estos chavos? ¿El trabajo forzado? ¿El narcomenudeo? ¿La venta de sus órganos? ¿La prostitución? ¿La muerte? Hasta la fecha, ni la Procuraduría del Estado, ni los gobernadores han podido dar respuesta a las madres de estos jóvenes, convertidas en "una voz que clama en el desierto".

El doctor Alejandro Vélez —quien hace el prólogo del libro y es uno de los pocos académicos que se preocupan por el tema— compara a Fundenl con el documental de Patricio Guzmán, “La nostalgia de la luz”, en el que un grupo de mujeres escarban en el desierto de Atacama, Chile, en busca de los restos de sus hijos, y una de las madres expresa: "Ojalá los hombres no miren solo a las estrellas, sino que vean también lo que sucede en la tierra". El ALMA de Chile es el mayor observatorio astronómico de América Latina y las madres —astrónomas— buscan en el pasado la respuesta a su presente y a su futuro. Así nace Fundenl, que convierte a los padres, abuelos, hermanos de los desaparecidos en Nuevo León en los primeros "buscadores de estrellas" dentro de la interminable "noche oscura" de la desaparición (...).

(Tomado de www.jornada.com.mx)