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  • Diario Digital | sábado, 20 de abril de 2024
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Vacaciones sangrientas

Vacaciones sangrientas
Cuando se acerca una vacación, planeamos un viaje, disfrutar de la familia, de los amigos o simplemente descansar. Pero hay personas que prefieren cazar animales salvajes y lo hacen sin remordimiento, más bien, creen que su afición beneficia al país que las acoge y aseguran que tienen autorización para matar o, como prefieren decir, abatir.

Un documental recientemente presentado en el festival de Venecia, titulado “Safari”, sigue las huellas de cazadores “legales” que se internan en tierras africanas listos para disparar contra el animal, cuya cabeza terminará como un trofeo en algún salón. Claro, antes el cazador habrá posado para las fotos junto al cadáver de su víctima.

En esa producción audiovisual se menciona, por ejemplo, que matar a un ñu (de la familia de los antílopes) cuesta 690 dólares; un impala, 275. Elefantes, hipopótamos, leones y leopardos están en la lista de los más buscados.

La cacería es legal en algunos países africanos, entre ellos Botswana, Tanzania, Namibia y Zimbabwe. Los safaris son organizados por empresas especializadas en esos servicios con precios variados: depende del destino, de la estadía, tipo de animal, transporte, tasa de abate (monto que se cancela cuando se hiere o mata al animal), alimentación y la compañía de un guía.

Datos publicados a mediados del presente año señalan que los safaris, que incluyen las cacerías y dos semanas de alojamiento, pueden costar entre 2.250 y 89.900 dólares.

Los cazadores que tienen autorización piden no ser confundidos con los cazadores furtivos que actúan escondidos bajo la sombra de la ilegalidad.

El argentino Eber Gómez Berrade, con licencia para ser guía, es uno de aquellos. Él decía en septiembre de 2014 que en la cacería deportiva no existe competencia, que obtener un trofeo no es lo mismo que meter un gol y que la gente que no sabe de su labor ignora los sentimientos que ofrece cazar. ¿Cuáles son esos sentimientos?

Gómez también dice que las prohibiciones o restricciones hacen más daño a los países porque despejan el terreno para la caza ilegal.

El argentino también cuestiona al turismo que se ocupa de tomar fotos de los animales. Hace notar que un país como Tanzania recibe 11 millones de dólares al año por el turismo fotográfico y 10.5 millones de dólares por la caza.

Hasta ahí todo bien, pero el impacto ambiental del turismo fotográfico –dice en su defensa– es más dañino por la ocupación del hábitat por parte de los humanos, la infraestructura y el estrés que ocasiona cambios en los hábitos de alimentación y apareamiento.

El director de “Safari”, el cineasta austriaco Ulrich Seidl, les preguntó a los cazadores por qué mataban animales y le respondieron –según el diario español El País– que apoyaban a la economía de los países porque cada uno gastaba en una semana lo mismo que un turista en dos meses o que ayudaban a la reproducción de las especies.

Entre los conservacionistas hay distintas opiniones. Unos creen que deben imponerse las restricciones; en cambio, otros opinan que la caza deportiva puede ayudar a preservar la vida animal ya que los países que permiten esa práctica fijan territorio, cupos y temporadas de cacería, de tal manera que no se afecte a las especies en peligro de extinción.

En los parques estatales está prohibida la caza y es habitual que si la población animal supera su capacidad de albergue, algunos ejemplares son transferidos a ranchos privados donde la cacería es legal. Esto genera dinero para preservar el hábitat y luchar contra los cazadores ilegales.

Así de desviada anda la idea de vacacionar en algunas casas de millonarios en el mundo, como si una vida fuera solo cuestión de dinero y nada más. Y tal parece que en algunos países el único asunto a discutir es si la caza sangrienta está autorizada o no, con pago de altas sumas de por medio.