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  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Apuesta por el agua

Apuesta por el agua
El último martes, el alcalde de Cercado, José María Leyes, pidió públicamente al Gobierno que le dé 150 millones de dólares para solucionar la problemática del agua de Cochabamba. Incluso ofreció renunciar si no lograra su objetivo. Se trata de una apuesta que podría coronar la gestión de la actual autoridad local y, aún más, lanzarla políticamente al estrellato.

No son conjeturas de loco ni insomne. La ecuación es, más bien, sencilla. Existe un departamento en Bolivia que se llama Cochabamba. En los años 70, empezó a sentir sed. Año tras año le fueron prometiendo un agua que nunca llegó.

Meses antes de que se produjera la Guerra del Agua el año 2000, la sed de la población volvió a agudizarse frente a la escasez del líquido. Mientras el agua disminuía, las tarifas se elevaban y la calidad disminuía, llegando al extremo de recibir agua de carros cisterna que habían recogido el líquido de piscinas. El diablo se desató para convertirse en furia desenfrenada que terminó echando a la empresa que no había logrado dotar a la población de derecho humano esencial.

Con la conclusión del conflicto, nació la promesa de que, al retornar el agua bajo administración pública, las y los cochabambinos contarían con un líquido no caro. A ello se sumó la renovada promesa del agua de Misicuni.

Ni lo uno ni lo otro se cumplió. Es más, estamos en 2016 y nos enteramos de que Semapa casi nunca fue administrada de manera eficiente. Los diferentes gobiernos municipales terminaron politizando una entidad que debiera ser eminentemente técnica y de ese modo ahora estamos como estamos: con una forma deficiente de categorización de la distribución y cobro del agua; con administraciones que trabajan sin planes quinquenales; con un perfil deficiente en la elaboración de proyectos.

Con esos antecedentes y contextos, no será difícil imaginar cuánto pesa en el imaginario colectivo de Cochabamba el tema agua. Es el equivalente a un largo sueño que terminó convirtiéndose en pesadilla continua de la que no podemos despertar.

Si mañana existiera una autoridad, un político que consiguiera darle a Cochabamba lo que toda su vida esperó, el impacto en su imagen sería inmediato. Qué extraño que de eso no se haya dado cuenta el presidente de Bolivia, Evo Morales, que gusta de realizar, al estilo de los grandes emperadores, magníficas obras para que el país lo recuerde, aunque sea por el tamaño colosal de lo levantado. Seguramente por ese motivo se construyen estadios, a cuál más grande.

Cochabamba tiene una serie de necesidades que se han ido enquistando en la población como abrojos por la gran cantidad de años en que no hallan solución. Después del agua, se tiene la contaminación que incluso se la puede ver desde el avión antes de aterrizar en una ciudad en la que el 90 por ciento de dicho mal proviene de los coches y el 10 por ciento restante del funcionamiento de ladrilleras, situación agravada en determinados meses del año como el actual en que los incendios, generados muchos de ellos por chaqueos que salen fuera de control, aumentan más la contaminación que atenta contra la salud de todo ser viviente.

Si la contaminación es ocasionada por un parque automotor compuesto en buena parte por motores viejos que contaminan, el caos vehicular es el segundo problema ocasionado por la gran cantidad de coches que circulan sin ton ni son. Por ello, la necesidad de iniciar un reordenamiento vehicular planificado se convierte en otra de las urgencias de Cochabamba.

Y luego llegan los problemas de la basura y los caóticos mercados que han ido apoderándose de calles y aceras de la ciudad.

Aparentemente, esos son algunos de los problemas más asfixiantes de Cochabamba y el Alcalde que les dé solución o, por lo menos, encamine el remedio tendrá a larga muchos frutos por recoger.