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  • Diario Digital | jueves, 25 de abril de 2024
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Sobre nuestra ciudad

Sobre nuestra ciudad
Hace poco, una de red social bloqueó al prosista más insigne de nuestros valles, heredero del vigor iconoclasta de José Quintín Mendoza, José Pol, Carlos Montenegro o Augusto Céspedes. La censura vino porque el prosista apoyó al movimiento No a la tala de árboles, que no es una iniciativa política, sino ciudadana. Por eso, nos atrevemos a escribir sobre la ciudad.

La contaminación y muerte de los árboles son alarmantes, pero son la punta de un ovillo a desenredar. Una ciudad está determinada por el desarrollo de su industria. Hay ciudades que crecen por el vigor de una de sus industrias, como Quillacollo cuando Manaco tenía más de 1.000 obreros. Hoy tiene 500, dicen que la compañía quiere emigrar a Santa Cruz. Quillacollo tiene una realidad cultural y urbana muy fuerte como para depender de una fábrica.

Invertir en industria tiene sus riesgos porque uno genera empleo, contrata obreros, tiene que buscar mercados y se hace de obligaciones sociales y laborales. En cambio, es menos riesgoso invertir en el desarrollo urbano. Está, por ejemplo, la construcción de edificios, que eleva verticalmente las ciudades. Y continúa en apogeo, pero a tal punto que el precio de la tierra y el de los departamentos se ha vuelto prohibitivo. No hay proyectos municipales de vivienda popular. Si uno quiere comprar un depar, puede sacar un crédito bancario a intereses bajos y todos contentos.

Nuestra indiferencia ciudadana ha hecho que renunciemos al derecho a la ciudad, al derecho a controlar democráticamente el desarrollo urbano. No sé en qué momento hemos dejado que una tecnocracia o el capricho de las autoridades municipales determine cuáles obras se hacen y cuáles no. Si hay obras, son para los automotores, para el pavimento y la construcción, todas costosas, pero no para los peatones, los ciclistas, la laguna, los parques, el río Rocha, porque son obras baratas. Ocurre que los espacios de la ciudad son definidos como públicos a capricho de las autoridades y no como sitios de uso público. Por eso los parques cuestan —el de Aguas Danzantes, la friolera de 8 bolivianos por persona—. Se amenazaba asimismo con el ingreso restringido a las plazas. No hay ciclovías de transporte. Ser peatón es cruzar las peores aceras infestadas de comerciantes. No hay un proyecto serio de salvación para el río Rocha o la laguna Alalay. Siempre lo he dicho: el río Rocha es un espacio de separación, pero no de encuentro entre el norte y el sur porque tiene aguas hediondas y ningún espacio para ciclovías o áreas peatonales, menos para piscinas o transporte urbano. Recuperar el derecho a la ciudad es una reivindicación que ya fue formulada en la Comuna de París, en 1871.