Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
  • Actualizado 10:58

FAUSTO CÉSPED INSTALA SU VIVIENDA EN LAS CÉNTRICAS CALLES DE LA LLAJTA GUARDA 95 AÑOS DE HISTORIAS Y RECUERDOS SOBREVIVIENDO PACÍFICAMENTE EN MEDIO DE UNA CIUDAD CAÓTICA Y PELIGROSA

El señor de los sombreros: Una vida cargada de saberes y penas

El señor de los sombreros: Una vida cargada de saberes y penas



Afanado y siempre ordenado encontramos al anciano, al que muchos describen como "El señor de los sombreros", instalando lo que será su nuevo aposento, en la esquina de las calles Junín y Colombia. “Mi nombre es Fausto Césped, como Man Césped”, precisa a tiempo de invitarnos a pasar a lo que parece ser una sala de visitas.

Tres piedras cuadradas, que hacen de sillones, y una acera pulcramente lavada con agua son parte de la morada “mil estrellas”, como denomina don Fausto a su improvisada casa sin techo.

Recatado y cauto en su mirada, accede a una entrevista. “Siempre usa sombreros muy llamativos. ¿Qué tiene su sombrero ahora?”, le preguntamos. -“Ah... es el hombre araña. Tengo como diez con diferentes motivos”, cuenta.

A diferencia de otros indigentes este anciano siempre está limpio, ordenado y con una apariencia saludable. “Tengo 95 años, pero estoy sanito, no tengo ninguna enfermedad”, asevera señalando que mucha gente le invita tortas o gaseosas, pero que prefiere seleccionar muy bien lo que se llevará a la boca.

Dice que le teme mucho a una enfermedad parecida al Sida que, según le contaron, hace aparecer agua cristalina en la boca.

COCHABAMBINO Dice que nació en Cochabamba y es huérfano. Hasta hace diez años estaba en Mar de Plata, Argentina, donde estudió medicina y también vivió un romance.

Creimos que se trataba de la mujer con quien se le veía hace dos años, cuando estaba instalado en la avenida Ayacucho y Colombia. “Ella es mi hija Toby, tiene cuarenta años, pero vive en Uruguay”, aclara.

“Me vine -de Mar del Plata- porque me tendieron una emboscada, preferí perderme para que no me sigan haciendo daño”, recuerda sin brindar mayores detalles de quién o por qué le hizo eso.

Intrigados por el cerco de bolsas y cartones a nuestro alrededor pasa una pareja de ancianos preguntando “¿tienes algo para vender?”. Con la mirada fija y algo molesta solo deja pasar a los ancianos sin decir una palabra.

-“¿Vende cosas?”-, le preguntamos. -“Tengo este asiento, llevatelo a 5 pesos” y jala desde una esquina una silla de escritorio con rueditas y sin espaldar.

Intrigados por lo que llevaba en las bolsas le preguntamos si coleccionaba algo; entonces se pone de pie, y en ese instante vemos que lleva una pistola de juguete atada por un cordón a la cintura. “Es para defenderme...” dice con una sonrisa tímida y algo avergonzada. “...es solo pantalla, aquí dentro está mi arma” y saca un cuchillo de pan sin mucho filo.

Entonces continúa y de una de las bolsas saca la tapa de una revista. -“Escribirme aquí un autógrafo”-, nos pide. “Yo colecciono autógrafos; mucha gente importante viene a visitarme, más que todo coroneles y capitanes”, dice.

Y mientras imprimíamos la rúbrica, el grito de un inhalador de clefa, Ricardo Sarmiento, irrumpe la plática. “¡Esto te puedes vender oooyy!”, llega sosteniendo en lo alto un reloj de pared antiguo. Pero ante el pedido de silencio de Fausto se sienta obediente y atento a la historia de Fausto.

“Tengo planeado volver a Argentina, necesito ver a unos amigos”, continúa el entrevistado al señalar que desde hace algún tiempo ha estado reuniendo dinero para uno de sus últimos viajes.

Hace solo dos semanas, gente malintencionada prendió fuego a todas sus pertenencias cuando él dejó sus cosas. “Lo perdió todo, tenía cartones, papeles y ropa, eso era todo, tal vez no de mucho valor económico, pero de mucho significado para él”, informaba el subdirector de Bomberos, Juan Blanco.

Mientras tanto, don Fausto ahorra lo más que puede, aunque siempre destina algunas monedas para comprar periódicos. “Es para hacer obras maestras sobre la integridad y la vejez de las personas”, dice.

Frente al apuro de su tiempo quedan, sin embargo, muchas preguntas que simplemente prefirió no responder, como ¿por qué no vive con su hija?, ¿por qué lo emboscaron en Argentina?, ¿por qué decidió refugiarse en la calles?, ¿qué hace cuando se enferma?, ¿Por qué no se mueve de la zona de la Ayacucho, Colombia y Junín?, entre otras.

“Jamás he podido robar un solo alfiler ni hacer daño a nadie”

A sus 95 años, Fausto Césped dice orgulloso que nunca ha necesitado robar “un solo alfiler ni hacer daño a nadie”. En su larga experiencia en las calles este anciano ha aprendido a vivir de su trabajo y de la caridad espontánea de las personas.

Nunca se lo ha visto extendiendo la mano por una moneda; su presencia reservada y serena motiva a algunos transeúntes que voluntariamente le traen cosas para hacer su vida más llevadera. En dos de sus costales guarda mantas, edredones y frazadas que le fueron obsequiados.

En sus largos recorridos por las calles, encuentra objetos valiosos que le sirven para intercambiarlos por unos pesos.

La primera información que le dieron sobre su vida, es que él era huérfano. Hasta sus cinco años vivió con una pareja en una casa céntrica, pero ambos fallecieron y la vivienda fue vendida a alguien que luego construyó un edificio. “No recuerdo bien dónde era, la ciudad ha cambiado mucho”, finaliza y nos despide con una cálido apretón de manos.