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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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El día que la Tierra se tiñó de rojo; los marineros pensaban que navegaban en un mar de sangre

El día que la Tierra se tiñó de rojo; los marineros pensaban que navegaban en un mar de sangre

La mayor tormenta solar que afectó a la Tierra sucedía el 1 de septiembre de 1859. Un astrónomo aficionado, Richard Carrington, situaba su observatorio a las afueras de Londres y observaba lo que describió como «dos parches de luz intensamente brillante y negro». Sin saberlo había presenciado la mayor erupción solar de la que se tiene constancia. Se prolongó durante cinco minutos, pero en cuestión de horas su impacto se sentiría por todo el planeta

Un ejemplo de estos efectos lo notarían un día después los tripulantes de una embarcación, el Southern Cross, un veloz clíper de tres mástiles y 170 pies, que se enfrentaba a un importante temporal frente a las costas de Chile. Cuando la tormenta cedió, los marineros pensaron que estaban navegando sobre un océano de sangre. Al levantar la vista observaron que todo el cielo estaba bañado de rojo

Se trataba de una aurora austral, un fenómeno nada frecuente en la latitud en la que se encontraba el navío. No fue, ni mucho menos, la única consecuencia de aquella tormenta. El fenómeno provocó el fallo de los sistemas de telégrafo en toda Europa y América del Norte. Se vieron intensas cortinas de luz, desde Maine hasta Florida. Incluso en Cuba los capitanes de barco registraron en los cuadernos de bitácorala aparición de luces cobrizas cerca del cenit

En aquella época los cables del telégrafo, que había empezado a funcionar en 1843 en los Estados Unidos, sufrieron cortes y cortocircuitos que provocaron numerosos incendios, tanto en Europa como en Norteamérica. Se observaron auroras en zonas de latitud media, como Roma o Madrid

Si el evento no tuvo consecuencias desastrosas fue debido a que nuestra tecnológica todavía estaba dando sus primeros pasos. Si una tormenta solar de esas dimesiones se produjese en nuestros días los satélites artificiales dejarían de funcionar, las comunicaciones de radio se interrumpirían y los apagones eléctricos tendrían proporciones continentales y los servicios quedarían interrumpidos durante semanas. Por supuesto, sería imposible comunicarnos a través del móvil

Según los registros obtenidos de las muestras de hielo, una fulguración solar de esta magnitud no se ha producido en los últimos 500 años, aunque se producen tormentas solares relativamente fuertes cada cincuenta años, la última el 13 de noviembre de 1960.