Opinión Bolivia

  • Diario Digital | viernes, 19 de abril de 2024
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Construir un Estado laico

Construir un Estado laico
Un debate insuficiente. Un huérfano artículo plasmado en la Constitución. Una nebulosa en cuanto a su implementación. Quizá altas dosis de miedo y desconocimiento. Intereses sectarios en las iglesias. Cálculos pragmáticos en los políticos… Ése parece ser el contexto que rodea al proyecto de construcción de un Estado laico en Bolivia. Por ello es pertinente abrir la información, avivar el debate, plantear preguntas, desafiar la creatividad. Comencemos con lo básico: ¿por qué el Estado Laico?

El origen griego de la palabra “laicidad” nos remite a lo que está relacionado con el “laos” o pueblo llano, sin privilegios. Por ello, si por laicidad entendemos la preeminencia del bien de la colectividad plural, el respeto por la diversidad, la radicalización de la democracia, la anulación de las jerarquías, la desautorización de todo poder sagrado y de toda sacralización del poder…, entonces, construir la laicidad del poder público es un beneficio para la sociedad y para las propias religiones.

Para la sociedad y para el Estado, la laicidad implica, primero, desmantelar todo poder sagrado, poner de manifiesto que el poder es un proceso socialmente construido y que ninguna sacralización de él es compatible con el bienestar colectivo. La sacralización del poder, la creencia en su carácter divino (esto significa “jerarquía”) ha sido siempre el sustento ideológico de relaciones de dominación. Establecer la laicidad del poder implica desmocharle toda aura de sacralidad. Y luego, ya no habiendo dioses ni padres sagrados que solucionen nuestros problemas, encontraremos el desafío de creer en nosotros mismos, de potenciar las diversas energías colectivas y la incalculable creatividad humana para superar toda forma de servidumbre y fatalidad. Por ello, laicidad es emancipación colectiva. Nos provoca el desafío de asumir nuestra mayoría de edad en la construcción de la convivencia social.

De igual forma, para las religiones y sus instituciones visibles (en el caso cristiano, las iglesias), la laicidad de la sociedad y el Estado es un beneficio porque les devuelve el sentido único por el que justifican su existencia en beneficio de la humanidad, a saber, la liberación, la emancipación de toda atadura y fatalismo, el crecimiento en humanidad de las personas y las sociedades. Las razonables sospechas y críticas a las religiones se dirigen precisamente a que con demasiada frecuencia se han puesto al

servicio de poderes autoritarios que someten a la gente. Por ello, para las religiones, la construcción de una sociedad y Estado laicos trae también el reto de construir sus mismas imágenes divinas.