Opinión Bolivia

  • Diario Digital | martes, 23 de abril de 2024
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Sangrante emigración

Sangrante emigración
Llega una edad en la que los bolivianos tienen que elegir lo inadmisible: emigrar o sumarse al desempleo y a la informalidad.

El movimiento emigratorio lejos de ser voluntario es forzado por las condiciones internas. En general, ningún departamento ofrece suficientes fuentes de trabajo para absorber a los 120.000 jóvenes que se incorporan anualmente a la fuerza del trabajo, la reproducción del empleo público es insuficiente y clientelar. Los frenos a la inversión interna e internacional cierran oportunidades, lo que estimula la “huida” del país de sus recursos humanos en edad emprendedora. La mayoría de los jóvenes al no visualizar un futuro prometedor dentro del sistema económico social imperante frustran sus expectativas porque saben que no lograrán superar sus carencias, el resultado es que la pérdida de esperanzas en la evolución económica del país favorece la emigración. Al ser difícil identificarse con algún proyecto futuro, eligen fortalecer la mano de obra barata en otros países. Por principio, en la emigración está presente la necesidad, quien decide emigrar ejerce su capacidad de elección al buscar países que tengan mejor Índice de Desarrollo Humano, es decir, posibilidades de desarrollo personal y condiciones de vida mejores a las que actualmente se tienen. Pero, las ansias de desarrollo menoscaba las aspiraciones, los emigrantes están destinados a “sobrevivir” en medios cada vez más hostiles, víctimas de la intolerancia, de violencia xenófoba, persecución, hostigamiento, detenciones arbitrarias y deportaciones, en el que el Estado no ejerce su responsabilidad política y social hacia sus ciudadanos fuera de las fronteras, aun sabiendo que la violación de sus derechos humanos es cotidiana. Detrás de las cifras sobre inmigrantes y remesas hay seres humanos que se enfrentan a un drama diario, a sus sueños rotos y a su dignidad herida. Son héroes anónimos cuyos sueños van desapareciendo para aparecer las utopías. El país no ha tenido, ni tiene, una política antimigratoria, es ciega, sorda y muda ante la sangrante emigración, es la conducta de todos los gobiernos, nadie incorpora las experiencias a un proyecto nacional que abra oportunidades de progreso interno, capaz de satisfacer las elementales necesidades materiales de los bolivianos que hoy se ha agravado por la reducción del costo de emigrar, ya no son solo de los hogares medios, sino de los más pobres del país. La espiral de la emigración no cesará mientras los gobiernos no cambien su visión proyectiva de crecimiento. La política migratoria más recomendable es el desarrollo local, solo las políticas públicas orientadas a crear riqueza controlarán las presiones migratorias compulsivas que sufrimos como consecuencia de modelos económicos ideológicos, pero sin dinamismo económico.