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  • Diario Digital | miércoles, 24 de abril de 2024
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REPORTAJE/ LOS 110 NIÑOS HUÉRFANOS Y ABANDONADOS DE LA ALDEA INFANTIL DE EL ALTO TAMBIÉN SE ACUERDAN DE SUS DIFUNTOS Y MANTIENEN SUS MEMORIAS VIVAS.

Los huérfanos de El Alto mantienen vivas las memorias de sus difuntos

Los huérfanos de El Alto mantienen vivas las memorias de sus difuntos

En el Alto, detrás de unas rejas de hierro, hay doce casas. Todas parecen iguales. Un puñado de estructuras bajitas, simples, cada una con su pequeño jardín de césped en frente y su mascota vagando en el sol. Pero esas mismas casas guardan historias muy variadas y muchas de ellas tristes. Ciento diez niños, niñas y adolescentes viven en la Aldea Infantil.

La mayoría de ellos son huérfanos. Ofrecen distintas explicaciones: “mi papá fue atropellado”; “mi mamá era alcohólica”; “una talud se cayó y mató a mis dos padres”; “no sé, sólo me dicen que ya no están aquí”. Este martes, los chicos abrieron las puertas a que estos adoloridos y confusos acontecimientos vuelvan a su memoria y este miércoles al mediodía las volvieron a cerrar. Pero entretanto quedó mucho espacio para los recuerdos. 

Los días de Todos Santos y de los Difuntos adquirieron un especial significado en la Aldea Infantil. A las cuatro de la tarde de este martes, cada niño salió de su respectiva casa y se dirigió a la sala comunal. Allí, en frente de una mesa cargada de t’anta wawas con sus caretas serenas, pasankallas arcoíris y dos velas con parpadeantes llamas, un cura vestido de blanco ofreció una misa solemne. Leyó los nombres de las 28 almas que habían partido en los últimos años. 

Los niños, queditos y atentos a la homilía, de repente alzaron la voz en coro al encontrar unas oraciones que sí les habían enseñado de memoria. Obedientemente se pusieron de pie, con los ojos cerrados y las manos juntas. ¿Quién sabe que imágenes les habrían venido en estos momentos de silencio? Algunos son de tan tierna edad que la memoria de sus padres ya se ha vuelto borrosa, mezclada con algún cariño que les mostraba otro pariente o quizás de paso un desconocido especialmente amigable. 

Los directores de la Aldea se comprometen a no separar a los hermanos biológicos y a los mayores les toca hacer recordar a los más pequeños. Como es en el caso de Liliana Calle. Es una de las mayores en la Aldea. La llaman una de las “fundadoras”. Ya tiene 16 años, pero ha vivido en la Aldea desde los ocho cuando se construyó. Contó que su padre, Félix Calle, sucumbió a una enfermedad en 2004 y su madre, Julia Ticona, murió pocos años después. Ella intenta mantener su memoria viva entre sus cuatro hermanos. 

“Es un día para recordar a nuestras papás y siempre tenerlos presentes. Hoy es cuando más podemos recordarnos de ellos y que nos aman”, subraya. 

Lo mismo pasa con Rocío. Mirando las dedicaciones que han pegado a la mesa, narró con confianza lo que les sucedió a sus padres. Mientras, sus dos hermanitas escucharon a su lado, o más bien medio escondidas detrás de su espalda protectora. Con sus pocos años todavía no han superado su timidez. 

Pero quienes les enseñan a todos a apreciar los ritos de estos dos días santos son las denominadas “mamás”. A la cabeza de cada casa es una bondadosa mujer que se dedica a vivir con los niños y encaminarles bien. 

“Son mujeres llenas de amor pero por alguna razón u otra no han llegado a tener su propia familia y luego se encuentran con esos niños que también han quedado solos. Al principio es un vínculo de amistad y de cariño, pero luego es de pleno amor”, celebró el director general de la Aldea, Marco Tapia. 

También hizo notar que los ritos que se practican dentro de la comunidad mezclan todo: un poco de la tradicional cosmovisión andina, del catolicismo y del evangelismo, pero al final son las mamás quienes dirigen las prácticas dentro de cada hogar. 

Al fondo del recinto, pasando por los columpios hoy vacíos, está la casa de Polonia Mamani, una mamá de sólo 28 años. Adentro se había armado una mesa típica. Había dulces, frutas, refrescos y en el centro un plato de ají de arveja que se ofreció a los arribados difuntos. Mamani se sentó en un sofá. Dos hermosas niñas se pusieron a cada lado de ella y le agarraron de la mano, pero con manifiesta ternura. Pero no todos sus ‘hijos’ pudieron entrar al sofá. Mamani alberga a nueve niños de tres familias diferentes. 

Mamani explicó que algunos de ellos no practicaban Todos Santos cuando vivían con sus familias biológicas, pero ella cree que es su responsabilidad de introducirles a estos actos. 

“Si no saben en algún rato van a dar vueltas. Lo hacemos para que por lo menos se acuerden una vez al año. Desde niña yo siempre lo he hecho y comparto con ellos. Les digo que los difuntos junto con nosotros están y del cielo nos están mirando y cuidando”, manifestó. 

Pero los ritos de Todos Santos no se guardan exclusivamente para los niños. Las mamás, así como los técnicos, tuvieron su momento para reflexionar. Este año Mamani conmemora sus dos abuelos. Al acomodarse, sus recuerdos se volvieron historias y con una sonriente nostalgia contó que “a mi abuelo le gustaba harto la quinua y siempre que yo cocinaba, él olía y aparecía. Era más abuelito. Siempre era bien cariñoso con nosotros.” 

Los niños, al principio cautelosos, se animaron con esta anécdota alentadora. Compartieron sus propios recuerdos: jugando con el papá; el inagotable apoyo maternal; el viaje familiar al parque zoológico de Mallasa, en La Paz aquel dichoso día.