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  • Diario Digital | jueves, 28 de marzo de 2024
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La historia de nuestro mar

La historia de nuestro mar
No hemos tenido una política racional que se enfrente a las argucias chilenas matizadas de ofertas distractivas.  El solo conocimiento de nuestra historia nos relata el inicio del problema: una angosta faja territorial sobre el Pacífico, donde España estableció sólo una Capitanía General, tuvo la fortuna de tener entre sus pobladores hombres tan visionarios de su enclenque futuro como ambiciosos y predispuestos a la enajenación.

La Constitución Política chilena de 1828, en su capítulo primero dice claramente: “Artículo 2º. Su territorio comprende de norte a sur, desde el desierto de Atacama hasta el Cabo de Hornos. Se divide en ocho provincias: Coquimbo, Aconcagua, Santiago, Colchagua, Maule, Concepción, Valdivia y Chilóe...”  Ese “desde”, no incluye en nada nuestro desierto de Atacama sobre el que un escritor chileno describió como la zona más inhóspita del continente. Fue en 1843 que a esa Constitución el gobierno chileno añadió socarronamente, mediante decreto, la provincia de Atacama.

Es en 1863, cuando la incursión de aventureros chilenos en nuestro territorio descubren en la costa de Mejillones los primeros yacimientos de guano y salitre. Un pleito surgido entre un empresario chileno y otro brasileño, que pasó al arbitrio de la justicia boliviana, falló en contra del chileno, quien puso la queja ante su gobierno, el cual presuroso instruyó la ocupación de Mejillones acompañando con dos buques de su escuadra. De entonces, dos factores determinaron el avance impune de ese mal vecino: primero, el abandono de ese territorio por la escasa población en Bolivia y, segundo, por la carcoma de la politiquería entre nuestros gobernantes y administradores, alternados y apoyados por un militarismo desviado de su función específica. Durante mi permanencia en Venezuela, entre los años sesenta y setenta se editó la revista Bolivia, en la cual se analizó exhaustivamente este nuestro problema marítimo, como muy poco se hizo en Bolivia. A esta altura de nuestra vida espectamos con asombro y con desilusión cómo nuestro país, con derecho a vivir mejor y alcanzar su pleno desarrollo, vive la descomposición de los años 49, 50 y 60 del siglo pasado. Mucho se debe al desconocimiento de nuestra historia, cada vez más ignorada y a la falta de valores humanos dentro de la política nacional, convertida por obra y gracia de sus propios personajes en politiquería barata que antepone su interés personal y de grupo al de su país.